A menudo cuando se plantea el problema de las sectas se suele incluir el término de “destructivas”, incluyendo entre ellas aquellas que potencialmente pueden ejercer peores efectos sobre la personalidad de sus adeptos y, también, sobre su integridad física. A la mente vienen los ejemplos de catástrofes como los davidianos de Waco o Guayana que dieron lugar al suicidio colectivo. O también las bandas callejeras de jóvenes comunes en América, más recientemente importadas entre la comunidad inmigrante extracomunitaria actual. En este país han sido notorios en los medios de comunicacions los casos de algunas sectas con un cierto substrato político de extrema derecha.
Pero esas situaciones se nos aparecen como lejanas en el espacio y quizá también en el tiempo. Mas preocupante resulta el fenómeno del sectarismo afectando a menores cuando incluye organizaciones que, sobre el papel resultan, legales y supuestamente benéficas, como pueden ser algunas organizaciones confesionales.
Los criterios para caracterizar a las sectas incluyen la desestabilización mental propiciando la adición y el aislamiento, con ruptura inducida con el entorno o la familia, las exigencias financieras a sus adeptos, el reclutamiento de menores, niños, un cierto discurso antisocial y las agresiones fisicas a los adeptos como rito iniciático, incuyendo abusos sexuales.
La preocupación es que, sea la secta que sea, incluso la aparentemente más inocua o santificada, TODAS son destructivas porque atentan contra la libre voluntad de una persona, un menor, que se encuentra en una etapa de la vida de especial vulnerabilidad.
Mientras que el asociacionismo juvenil es altamente recomendable como parte de la educación complementaria de los niños, padres y pediatras deben estar vigilantes ante la posibilidad que pueda ocultar organizaciones sectarias. Como quiera que muchas sectas pueden tener un poder que no siempre es fácil de valorar por la gente corriente, la recomendación ante cualquier sospecha es dirigirse a profesionales que sean expertos en la materia: consultores pediátricos o de psiquiatría infantil y, también, las fuerzas del orden, Policía Nacional o Autonómica, o la Guardia Civil.
Hay que considerar también la posibilidad de que sean los propios padres los adictos o afiliados a una organización sectaria. Situaciones así pueden ser de difícil valoración o apreciación desde fuera y los propios profesionales pueden mantener máyores o menores prejuicios frente a ciertas organizaciones. También es posible que sean los propios niños los que detecten y, de alguna manera manifiesten desacuerdo con actitudes o afiliaciones sectarias por parte de sus progenitores, como presenta en una tesis doctoral el periodista experto en sectas Pepe Rodriguez .
Conviene recordar que la imposición del sectarismo es, como lamentablemente tantas otras cosas, una forma de malatrato infantil y, como tal, un delito a denunciar delante de las autoridades judiciales y de Protección a la Infancia, por atentar contra los derechos elementales del menor.
X. Allué (Editor)