Muchos especialistas en medicina y nutrición aconsejan beber sin esperar a tener sed porque aseguran que la sed es un indicador tardío de deshidratación y cuando aparece ya hemos perdido un porcentaje de líquidos con consecuencias para nuestro organismo.La deshidratación somete a un esfuerzo excesivo al corazón, los pulmones y al sistema circulatorio, lo que significa que el corazón debe bombear con más fuerza la sangre a todo el cuerpo. Además los niños y los ancianos suelen tener la sensación de sed cuando ya hace falta reponer muchos líquidos. Leyendo al profeta Jeremías me he dado cuenta de lo importante que es no perder la sed de Dios. En este libro el Señor reprocha a su pueblo “a mí me dejaron, Manantial de aguas vivas, para hacerse cisternas, cisternas agrietadas que el agua no retienen” y más adelante “¿Se olvida la doncella de su aderezo, la novia de su cinta? Pues mi pueblo sí que me ha olvidado días sin número”.Yo lo veo como la queja de un enamorado. Dios nos ama y nos reprocha que teniéndolo en El Todo nos olvidemos de su amor, prescindamos de El y sólo nos acordemos cuando tenemos problemas. Y es razonable. ¿Que pensaríamos nosotros de un enamorado nuestro que hiciera lo mismo? Si perdemos la sed de Dios empezamos a hacer nuestra vida como si El no existiera aunque recemos de vez en cuando o recibamos los sacramentos. Entramos en una dinámica en la que cumplimos más que otra cosa, y a veces ni eso. Y lo que hacemos es superficial, le damos a Dios las migajas. Sin embargo este alejarnos de El acaba pasando factura en nuestra vida. No porque El nos castigue sino porque necesitamos a Dios como el agua. Y si dejamos de beber nos deshidratamos y las consecuencias a largo plazo se traducen en un vacío de vida que necesita ser llenada y entonces empezamos a sufrir porque nos hemos llenado pero no de Dios, sino de algo que no nos satisface. Y entonces pedimos ayuda a Dios, pero Dios no puede llenarnos porque el vacío que tenemos de El está obstruido por otras cosas.Con lo cual tenemos que ser vaciados y eso duele. Por lo que en alguna forma estamos purificándonos de ese olvido de Dios. Este proceso de purificación puede ser muy doloroso pero es necesario y lo que nos debemos olvidar en ningún momento es que Dios nos ama siempre, cuando le olvidamos y cuando nos acordamos de El.