Él tiene 80 años. Delgado. Seco. Enjuto. Con un brillo de malicia en los ojos de color azul marino. Debió ser un pieza de joven. Ella, 78. Todo en ella es dulce. Hasta su nombre. Los ojos pequeños, de color miel. La cara, suave y redondita, sin apenas arrugas. Los labios los lleva pintados en un rosa pálido. Mi paciente es él. Lo trato de una estenosis de canal lumbar desestimada para cirugía. - ¿Cómo está, Hipólito? - le pregunto. - Bien con J - me responde, como de costumbre. Pero hemos conseguido que aumente su movilidad y disminuyan los calambres que le atormentaban por la noche. - Nos vamos de vacaciones - me cuenta ella. Y luego, pensativa, pregunta - ¿podemos? - Pues, claro - asiento - Siempre y cuando no se me vayan a hacer alpinismo... Se ríe ella. Él arquea las cejas y me echa una sonrisa de medio lado. "Qué graciosilla la doctora, leñe" parece estar pensando. - Vamos a ir al mismo sitio en el que nos conocimos - prosigue ella. Sonrío. Me parece muy tierno que, después de toda una vida juntos, quieran volver a sus inicios. Los imagino jóvenes. Él alto, con una melena leonada y esos ojos. Ella, bajita, con el cabello largo y los ojos muy maquillados a lo años sesenta. - ¿Fue hace mucho? - pregunto, esperando que me respondan cuarenta, cincuenta o sesenta años juntos. - Hace dos años - contesta él - Me echó el lazo en un viaje del Imserso. Ella se ríe, coqueta. - Le eché el lazo, dice. Que no parabas de mirarme como si fuera un pastelito de nata... - Lo eres - contesta él, con una sonrisa. El amor no tiene edad. Y, a veces, la vida concede segundas oportunidades a quien sabe aprovecharlas.
Él tiene 80 años. Delgado. Seco. Enjuto. Con un brillo de malicia en los ojos de color azul marino. Debió ser un pieza de joven. Ella, 78. Todo en ella es dulce. Hasta su nombre. Los ojos pequeños, de color miel. La cara, suave y redondita, sin apenas arrugas. Los labios los lleva pintados en un rosa pálido. Mi paciente es él. Lo trato de una estenosis de canal lumbar desestimada para cirugía. - ¿Cómo está, Hipólito? - le pregunto. - Bien con J - me responde, como de costumbre. Pero hemos conseguido que aumente su movilidad y disminuyan los calambres que le atormentaban por la noche. - Nos vamos de vacaciones - me cuenta ella. Y luego, pensativa, pregunta - ¿podemos? - Pues, claro - asiento - Siempre y cuando no se me vayan a hacer alpinismo... Se ríe ella. Él arquea las cejas y me echa una sonrisa de medio lado. "Qué graciosilla la doctora, leñe" parece estar pensando. - Vamos a ir al mismo sitio en el que nos conocimos - prosigue ella. Sonrío. Me parece muy tierno que, después de toda una vida juntos, quieran volver a sus inicios. Los imagino jóvenes. Él alto, con una melena leonada y esos ojos. Ella, bajita, con el cabello largo y los ojos muy maquillados a lo años sesenta. - ¿Fue hace mucho? - pregunto, esperando que me respondan cuarenta, cincuenta o sesenta años juntos. - Hace dos años - contesta él - Me echó el lazo en un viaje del Imserso. Ella se ríe, coqueta. - Le eché el lazo, dice. Que no parabas de mirarme como si fuera un pastelito de nata... - Lo eres - contesta él, con una sonrisa. El amor no tiene edad. Y, a veces, la vida concede segundas oportunidades a quien sabe aprovecharlas.