Hoy traigo un artículo de la psicóloga Mónica Serrano, que nos ilustra sobre las llamadas “emociones negativas” y que nos ayuda a desmontar una idea muy extendida: que llorar, enfadarse, frustrarse… impiden ser feliz y son sentimientos a evitar.
En general, cuando sentimos malestar, tendemos a desear evitarlo de manera inmediata. Nos cuesta mucho dejar fluir la tristeza, el enfado, los celos…
Esas emociones, en realidad, forman parte de todos nosotros pero las rechazamos casi de manera absoluta. Esto es así porque no las sabemos gestionar. Las negamos, las bloqueamos, pero esto no significa que desaparezcan ni que se resuelva el malestar. Como consecuencia de esta negación, la tristeza puede prolongarse en el tiempo, podemos experimentar ansiedad, estrés, u otros estados asociados al malestar emocional.
La negación impide la gestión de las emociones.
Esta tendencia a la negación suele partir de la idea de que los estados de malestar emocional son incompatibles con la felicidad. Sin embargo, esto no es así. Ser feliz no implica estar contento todo el tiempo. Esto, en realidad, sería imposible. Ser feliz implica mantener la armonía incluso en estados de malestar emocional.
Las emociones asociadas al malestar son parte de nosotros y, por tanto, inevitables. La clave está en ser capaces de manejarlas para que no rompan nuestro equilibrio y podamos superarlas para recuperar el bienestar. Cuando se trata de nuestros hijos, esto se hace mucho más evidente. Ninguna queremos que nuestros hijos sufran, se sientan tristes, tengan celos, se frustren… Esto es normal. Sin embargo, no lo podemos evitar.
Por ello, nuestra función en el desarrollo emocional de nuestros hijos no es tratar de evitarles el malestar a toda costa, pues esto es tarea imposible. Nuestra función, por el contrario, es enseñarles a aceptar el malestar con una óptica de optimismo, permitir que el malestar fluya y darles estrategias para recuperar el bienestar desde la aceptación, el equilibrio y la resiliencia. Podemos ayudarles a ser niños y futuros adultos felices, comprendiendo que ser feliz no implica estar contento todo el tiempo. La felicidad no debe entenderse en términos absolutos. Debemos incidir en la aceptación de momentos menos agradables como parte de la felicidad.
En ningún caso debe entenderse la aceptación como indefensión. Nada más lejos de la realidad. La aceptación es la integración y conciliación de aspectos asociados al malestar como parte de la felicidad, sin perder de vista el desarrollo de estrategias de superación.
Mónica Serrano
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