Por: Jorge Luis Alemán, tomado de la AHS
Fotos: Arisbel López Andraca
I. Masa
En el principio era la masa. Y la masa no tenía forma ni alma. Esa turba de pálidos rostros sin voluntad vagó por la tierra incontroladamente, dio riendas sueltas al desencanto y al hastío en una atmósfera político-cultural en crisis. Los otros, los disciplinadores, creyeron que era temor y desasosiego. Se equivocaron: ¡Era solo asco! La existencia de esa aglomeración -en términos orteguianos- de gentes, consumidores, inquilinos, transeúntes, turistas, viajeros, trabajadores, huelguistas, manifestantes, es el punto de giro de estos nuevos tiempos que nacen en las postrimerías del siglo XIX, y cristalizan en el XX. ¿Por qué llamarles irracionales, bárbaros, primitivos e infantiles? Sencillamente, porque ignorando toda institucionalidad mediadora se sirvieron de la acción directa para intervenir en las cuestiones sociales y políticas. Es el triunfo de la hiperdemocracia, argumentará Don José Ortega y Gasset. ¿Quién tiene miedo entonces? Son los intelectuales orgánicos de los estratos aristocráticos, Gabriel de Tarde,
Gustave Le Bon, Sigmund Freud y el propio Ortega y Gasset, los que le temen a la amenaza que representa este movimiento de masas frente a un status quo decadente; a la vez que se muestran ya dispuestos a conceder que en determinadas circunstancias, la moralidad de las multitudes puede resultar más elevada que la de los individuos que la componen.
Por ese entonces, se creyó en la masa, en su potencial. ¿Por qué no guiarlas, encausarlas, darles un programa? Pasó el tiempo, y la masa fue traicionada, vituperada, vejada por las izquierdas y las derechas propias, con cuyas ideologías fundaron revoluciones y derrocaron otras; dignificaron a hombres y mujeres y cometieron genocidio.
II. Multitud
Si aquella fue la era de las masas, esta es la era de las multitudes. Si hace más de un siglo, como reza el cliché, se vivió una época de cambios, hoy estamos frente a un cambio de época que revela el espacio donde se ha hecho creativo y eficaz el contrapoder de las muchedumbres con su democracia participativa y puntual. La multitud se ha convertido en una forma de deliberación democrática y de soberanía que ha modificado el escenario político mundial y el porvenir del neoliberalismo –si es que alguna vez lo tuvo. Los nuevos disciplinadores han visto muy cerca la debacle de sus métodos de saneamiento y su clínica, y la caída de sus “democráticas” fórmulas, que los han llevado a criminalizar la protesta social, a cerrar los espacios públicos en nombre de la seguridad ciudadana, a militarizar las zonas estratégicas y a promover una legislación “antiterrorista”.
La forma multitud ha estallado en maneras diversas. Desde los sucesos de mayo de 1998, conocido como el “Primer Día de Acción Global”, con eventos de protestas y manifestaciones en un encuentro del G8 en Birmingham, Inglaterra, y contra una reunión de la OMC, realizada en Ginebra, Suiza, hasta enero de 2001 con la realización del 1º Foro Social Mundial en Porto Alegre, se consolidó el movimiento altermundista y contra la globalización que toma carácter de “movimiento de movimientos”. Esto posibilita la combinación de la riqueza ontológica de la multitud cooperante (el trabajo de la multitud) con la capacidad de oponerse de manera eficaz al poder capitalista (la política de la multitud). Mientras, en Latinoamérica se producen tres procesos donde emerge el movimiento indígena como un actor político decisivo (Chiapas, Bolivia y Ecuador), y donde la forma multitud se desarrolla como un bloque de acción colectiva que articula estructuras organizadas autónomas de las clases subalternas en torno a construcciones discursivas y simbólicas de hegemonía.
Con el estallido del 15-M en España y el movimiento de indignados por toda Europa, se ha reavivado la acción directa de la forma multitud, y ha desencadenado un sinnúmero de eventos a nivel planetario. Desde las manifestaciones del movimiento Ocupa Wall Street, los recientes sucesos populares en Siria, Grecia, hasta las movilizaciones estudiantiles en Chile y la lucha por la resistencia y la refundación de Honduras, son parte de un proceso que nos introduce en una lógica política nueva, nos sumerge en una revolución en movimiento.
III. Concreción
La obra de Alejandro Gómez Cangas tiene el mérito de captar ese logos de época, ineludible para el artista. Se deja arrastrar por las multitudes que lo seducen; encuentra lo que busca y más, y nos lo trasmite cual si estuviera hablándonos de un nosotros reconocible por instantes, desconocido en otros. Una radiografía del espacio-tiempo de una multitud que queda desnudada, y lo agradece. La poética que Cangas hace palmaria desde sus multitudes, le posibilita la peripecia y el riesgo de perderse en el ejercicio de encontrarse. Por eso, las multitudes le permiten la contingencia de abstraerse en el conjunto, solo para caer de golpe en lo real, en lo cotidiano, en lo puntual de la imagen proyectada independientemente del entorno que no consigue avasallarla.
Desde una lógica micro-sociológica, Cangas construye su obra en una perspectiva que transita desde la fragmentación (constituida por una multiplicidad de individualidades), hacia la unidad (donde dichas singularidades desarrollan un mismo rol dentro de una multitud como puesta en escena). Lo que no impide que cada individuo despliegue posibles y múltiples personalidades. En términos metadiscursivos, el autor imagina que lo individual múltiple es lo real, palpable, verificable y la unidad su abstracción, sin contornos y amorfa a la distancia, pero donde el individuo no se pierde; se complementa con el entorno. No hay que temer que en medio de la aparente barahúnda la identidad individual se extravíe. Esta es esencialmente social, configurándose a partir de las situaciones de interacción y donde su contenido cambia en función del contexto. Por tanto, su relación con la identidad colectiva resultante de una lógica compartida y desarrollada interactivamente entre múltiples individualidades, nos permite definir como derroteros a la acción y al movimiento que son la razón de ser de la multitud.
Pero ese movimiento siempre es significativo en la obra de Cangas. Todo se mueve aun en el hálito de sosiego-desasosiego de algunos personajes. Y esa movilidad impulsa y renueva. Es un protagonista, un intérprete que cautiva al espectador, y lo convida a la acción. Si la multitud misma nos atrae con sus oscilaciones, cuanto más las desafiantes miradas que nos hacen frente (incluso la del autor) en casi la totalidad de las composiciones. Inquisidoras, y a la vez indulgentes, nos tiran de los hombros para sacarnos de nuestra extrañeza, de nuestra contemplación. La pluralidad que la compone es lo que interesa más a nuestro autor. Sus multitudes marchan, protestan, nos dan la espalda, nos miran de frente, caminan en filas, en zigzag, hacen colas y descubren la salida o su propio atolladero. A la vez, esperan, se sientan, se pierden en sí, se hacen invisibles. Son los ciclos de vida de las multitudes, sus frenesís, sus estertores; síntomas de un estado del ser social. Inacabados, los gestos que la definen son el termómetro de nuestro tiempo, son las infinitas posibilidades de existencia del yo, del tú, del ustedes, del nosotros.
VI. Disgregación
Si bien es posible percibir en la obra de Alejandro Gómez Cangas una coherencia que nos induce hacia una reflexión como la anterior, es evidente que algunas soluciones formales utilizadas por el autor conspiran contra su propio motivo conector. Recursos compositivos como el batallón, la espiral, o la obligada direccionalidad hacia un punto cardinal determinado, no nos permiten apreciar el conjunto sin contornos, impreciso, suspendido; particularidades de la abstracción en el conjunto que Cangas persigue transmitirnos. Por otro lado, la manera de componer montando y organizando imágenes concebidas azarosamente en forma de collage, como solución para lograr un resultado desde el fotorrealismo, es muy arriesgada, y por momentos (poquísimos) perniciosa; dándonos la sensación de irrealidad o, en el peor de los casos, descuido. El retrato social logra un alto grado de lirismo en las obras donde sentimos más distante esta corriente, lo que las hacen concomitantes con una más perspicaz abstracción. Disyuntiva que Cangas tendrá que enfrentar y dar cauce feliz en próximas composiciones.