Y ÉSTE ES UN POEMA FELIZ
Obviemos el después, detengamos el instante leve de esa noche donde pareció que compartíamos aquello, detengámoslo: esa noche compartimos aquello. Y créeme, fue distinto esta vez bajar en la quietud del verano la Cuesta de San Vicente y perder, como en tantas ocasiones, el autobús por un minuto, mirarle partir como a un buque fantasma.
Entonces decido no esperar en la parada, subir de nuevo en busca de un bar abierto, ron con cola en la barra leyendo mi libro favorito de Raymond Carver, esperando hasta el próximo autobús. Sorprenderme una vez más de los juegos inquietantes de la memoria al releer uno de los relatos que había olvidado por completo. En el espejo del bar sé que soy otro, transformado por tu posibilidad tan vigente como un grito luminoso, y sobre el relato recuperado de Carver reproducir los vértices de la noche, cada una de tus palabras, de tus sonrisas, y el olvido de mis miedos, de mis repliegues, de mi angustia, en calma profunda ahora en la noche de verano y las semanas de vacaciones aún por delante en el túnel de agosto. Dime otra vez eso, cómo a solas lloras sin saber por qué, imaginando, háblame de nuevo de todas las cosas que haremos juntos.
Y como un presagio el título de la película que compartimos antes del vino, Más pena que gloria. Pero recuerda, esto lo estamos obviando, este poema lo escribo esa noche con tinta viva en la barra del bar. Era diario, a principios de agosto, esperando a un autobús que alarga mi sonrisa, el ron y Carver ante la cálida oscuridad que asoma a la puerta, con amplios días libres que aún me aguardan, y yo, recordándome en tu rostro, estoy alegre sin remedio en el leve instante y éste es un poema feliz