Simonetta Vespucci, musa del Renacimiento

Publicado el 15 enero 2015 por Vintagebyl_l @VintageByL_L

Muchos no sabrán el nombre de la musa que inspiró esa pintura, pero la imagen de la Venus de Sandro Botticelli es una de las primeras que nos vienen a la cabeza si pensamos en el universo pictórico del Renacimiento. Su cabello dorado y largo, su nívea piel y esa hermosa mirada triste y virginal cautivaron a muchos hombres de la Florencia del siglo XV, pero sería el pintor Sandro Botticelli quien la inmortalizaría al convertir a Simonetta Vespucci en su musa.

Simonetta –de soltera su apellido era Cattaneo–  era hija de un noble genovés y contrajo matrimonio con tan sólo dieciséis años con un vecino del propio pintor, un hombre procedente de una familia de posición acomodada quien al parecer se quedó prendado de ella nada más verla.

Se dice que su hermoso porte y su equilibrada belleza merecieron la alabancia de los poderosos Médici, mecenas de numerosos artistas, y los historiadores del arte la señalan casi sin discusión como la mujer más hermosa de todo el Renacimiento. Si no lo fue, al menos no se puede negar que se convertiría por méritos propios en la mujer más representativa de ese periodo.

Su imagen, además, va siempre ligada a una triste y a la par intensa historia de amor digna de una tragedia de Shakespeare. El pintor cuatrocentista se obsesionó hasta tal punto por ella que la retrató en la que sería una de sus obras cumbres, El nacimiento de Venus (1484), que terminó casi diez años después de la muerte de la joven, como si de un homenaje póstumo se tratase.

Simonetta la bella, como era popularmente conocida, también protagoniza el cuadro Venus y Marte, y en general, todas las mujeres retratadas por el maestro italiano guardan un enorme parecido con la dama.

Mucho se ha especulado con la idea de que se tratara de un amor sólo factible a través de la pintura, una suerte de amor platónico por parte del artista. Simonetta, además de estar casada, falleció con tan sólo 23 años víctima de una tuberculosis, y Botticelli –que jamás se casó, mientras que el esposo de ella volvió a contraer matrimonio–  pidió ser enterrado a los pies del sepulcro de su amada, en la iglesia de Todos los santos de Florencia; allí yacen sus restos desde 1510, pegados a los de la noble.

La vida de Simonetta, a pesar de la admiración que provocaba y de las atenciones que mereció, fue triste. El tiempo no fue capaz de marchitar su belleza de ninfa, su hermosura virginal y llena de dulzura, porque la enfermedad se la llevó mucho antes de lo que nadie podía imaginar. Botticelli se encargó durante el resto de su vida de que el olvido no se adueñara de ella y la convirtió en una musa universal del Renacimiento, una musa que hoy sigue siendo admirada.

Imágenes:

María Vintage Photography y Wikipedia.

Texto de @Esther Ginés