Hace un tiempo un lector me contaba su caso por correo electrónico. Después de mucho tiempo de ociosidad y apatía, conjugados con responsabilidades laborales, familiares y personales mal logradas, y de cierta indisciplina, había llegado el momento en que quería retomar el control de su vida. A pesar de trabajar en un negocio familiar creciente, presidir una organización empresarial y haber tenido cierta notoriedad, no se sentía una persona exitosa. ¿Qué estaba fallando? Y lo más important, ¿cómo arreglarlo?
Su historia me recordó la de otro lector y tocayo, Jerónimo Palacios, cuya historia leí hace unos días en su blog. Y creo no equivocarme si digo que otras muchas personas se verán reflejadas en ellos también. Puede que los detalles de sus historias sean diferentes, pero estoy seguro de que la sensación de no haber alcanzado nada provechoso a pesar del aparente éxito será familiar para muchos.
La mayor parte de las personas se pasan el día ocupados haciendo cosas sin un propósito específico. Las hacen porque se supone que tienen que hacerlas, pero jamás se han puesto a pensar cómo encajan dichas cosas en sus vidas, o si realmente quieren hacerlas. La consecuencia es que tienen una vida de autómatas, no importa si son repartidores de pizza, directores de venta de una multinacional o dueños de una empresa.
En estas circunstancias, si alguno tiene aparente éxito es porque, en palabras de Stephen Covey, apoyaron su escalera del éxito sobre la pared equivocada. Trabajaron muchos años sin dirección ni control, y es por eso que ahora se sienten frustrados a pesar del “éxito” conseguido.
La solución, dirán muchos, es sencilla: establecer una misión personal en la vida, definir los objetivos a medio y largo plazo que realmente nos interesan, y empezar a crear proyectos y actividades que apoyen esos objetivos. En verdad es eso lo que hay que hacer, pero ¿cómo establecer nuestra misión y objetivos cuando estamos sumergidos en una vorágine de obligaciones y responsabilidades ya contraídas?
Empezar a aplicar un método de productividad –léase GTD– es importante, y desde luego una herramienta invaluable para tomar el control del día a día. Los que me leéis desde hace tiempo ya sabéis que soy partidario de los métodos bottom-up como GTD –a diferencia de los métodos up-down tradicionales, como el de Covey–, porque creo que antes de establecer una dirección tenemos que asumir el control de nuestra vida. Pero eso no es suficiente, desde luego. La clave está, antes que nada, en simplificar.
Cuando la realidad nos ha envuelto y dejado maniatados, lo único que podemos hacer es dar marcha atrás, simplificar nuestra vida y reducir el número de obligaciones y compromisos que tenemos con los demás y con nosotros mismos. Quedarnos con nuestra más pura esencia, sin aditivos. Sólo así conseguiremos ver con claridad y discernir hacia dónde queremos ir.
Así que, antes de retomar el control de tu vida, simplifícala. Elimina relaciones personales que no te aportan, abandona hábitos que te hacen daño, deja de hacer cosas que no te gustan, reduce los gastos innecesarios… Pronto descubrirás que el 80% de lo que haces es accesorio y no te lleva a ningún lado. Después de simplificar podrás crear tu propia definición de éxito, y llenar tu vida de cosas que sí merezcan la pena y te hagan sentir bien.
¿Alguna vez has sentido que no tenías el control de tu vida? ¿Cómo conseguiste recuperarlo? Deja un comentario y comparte tu experiencia.