Zascandileando por la red encuentro esta historia en eleconomista.com:
""Estaba sentado solo, con la mirada difusamente orientada hacia la insulsa pared. Disimulaba mal el tenso sosiego de quien recibe una sentencia de muerte. La puerta abierta, la luz apagada y la silenciosa presencia del nuevo paciente me sorprendieron.
Hasta hace pocas semanas don Carlos, a sus 88 años, conducía un automóvil y se ejercitaba en el jardín frente a su casa. Pero ahora, con el párpado derecho caído, la voz casi inaudible y la mano izquierda apoyada sobre un bastón negro por la repentina debilidad muscular, parecía al borde de la desintegración.
Siempre he pensado que en la vida uno pronto debe trazarse metas claras y hacer todo lo posible por cumplirlas, respondió don Carlos cuando le pregunté si temía a la muerte.
“Miastenia gravis” había sido la sentencia dada por el especialista en su culta terminología médica. Así quedaban conjurados los incapacitantes síntomas que habían venido a trastornar la persistente vehemencia de don Carlos por vivir de manera independiente.
Sin embargo, ni el título de ingeniero agrónomo, de hace más de 60 años, ni el cúmulo de importantes trabajos realizados, ni siquiera sus múltiples responsabilidades, servían para descifrar el enigma planteado por aquellas dos palabras diagnósticas. Desde entonces, reverberaba en su mente una inequívoca señal ominosa.
No es necesario ser experto en latín para intuir que una enfermedad cuyo apellido es "gravis" acarrea malas noticias.
Si tan solo su médico le hubiera explicado a don Carlos que en algunas enfermedades el sistema inmunológico –que normalmente protege al organismo– de pronto se pasa al bando enemigo y comienza a atacar a quien debiera defender, quizás su reacción psicológica hubiera sido menos desesperanzada, algo más enjundiosa.
Lo malo es que a menudo los médicos vamos por el mundo repartiendo términos incomprensibles para nuestros pacientes y dejando márgenes demasiado amplios a la imaginación pesimista.
En una historia de Juan Villoro, en su libro ¿Hay vida en la Tierra?, una joven estudiosa de física cuántica comenta durante una fiesta –vino espumoso de por medio- que “El mundo se está volviendo subatómico. A nivel molecular no hay realidades, sólo hay posibilidades; debajo de cuatro capas de tejido biológico somos un carbono bastante caótico... Si profundizas en la materia, entiendes que sólo hay tendencias. Todo es provisional”.
Palabras más, palabras menos, traté de explicarle algo similar a don Carlos acerca del significado de un diagnóstico que había dejado equivocadamente muy poco espacio a la esperanza de mejorar: los tratamientos actuales pueden paliar eficazmente algunos síntomas.
Paul Ehrlich, a principios del siglo XX, acuñó el término Horror autotoxicus para describir la aversión natural que tiene el organismo para autodestruirse. Sin embargo, como sabemos ahora, en algunas extrañas ocasiones el propio sistema inmunológico puede atacarse a sí mismo, como en la miastenia gravis.
Aún nadie sabe por qué, a veces, nuestra propia naturaleza se convierte en el peor enemigo. Mientras tanto, los médicos tendríamos que ser más cautos con las palabras, recordando que –como dice el personaje de Villoro- todo es provisional""
Termino de leer y me acongoja esa visión apocalíptica de los anticuerpos peleando en plan medieval, con lanzas y catapultas, en ese escenario subatómico de que nos habla el artículo.
Pero más aun me descoloca la cruel afirmación de que "todo es provisional". Ciertamente estás un día razonablemente dispuesto a enfrentarte al amanecer; alegre por sentir de nuevo el fresco rumor de los chavales con su cuaderno en ristre... y, de pronto, todo cambia. El horizonte se desvanece al mismo ritmo con que tu párpado se hunde y algún que otro músculo decide adormecerse. Y hasta ahí has llegado.
No son las palabras las que deben ser cautas. En esas luchas intestinas (en su acepción interna, no digestiva) los cautos hemos de ser nosotros. Cautos al preveer los días, las horas siguientes. Cautos al programar actividades. Cautos al soñar, al imaginar hacia adelante.
Cierto que cuando el apellido "gravis" se añade a tu genealogía, algo se rompe indefectiblemente dentro -y fuera- de ti. No es necesario entenderlo, ni comprenderlo. Solo queda sufrirlo.
Hay versiones, como en todo, que proclaman elevar el sufrimiento a la categoria de sensación ¿placentera? con la que no queda más remedio que convivir. Es aquello del viejo refrán..."A mal tiempo, buena cara".
Hay otros, por el contrario, que arañan al sentimiento unas lascas de dolor para ir sobrellevando el abatimiento pero que saben, intuyen, están seguros de que acompañar no es lo mismo que aceptar.
Ahora mismo, en este remanso de paz interna y externa, cuando la luz del alba solo está asomando la patita, como en el cuento, veo los días con el velo difuso de la anormalidad. Un brote nuevo, un zarpazo de la miastenia salvaje, me ha hecho abandonar de nuevo el día a día y dedicarme al supuesto descanso a la espera de que ¡ay! el músculo derecho permita que el izquierdo y él circulen de la mano y no me dejen con dos visiones del mundo simultáneas.
Dicen que se llama diplopia, pero creo que es solo una manera de marear el lenguaje. En realidad su nombre científico es putada. Dar un paso vacilante sin saber cuántas baldosas hay bajo tu suela no suena importante. Bajar una escalera con los peldaños multiplicados y escorados, ya va teniendo su miga.
Leer a ciertas horas del día se hace merecedor del premio al esfuerzo y cruzar una calle con los automóviles dibujados en zig zag ya es de oscar directamente.
¿Y todo eso lo causan los anticuerpos?.
¡Claro! ¡Si su propio nombre lo dice! Anti-cuerpo. En dos palabras, como diría el torero. En contra de tu propio cuerpo. En contra de tu vida, en contra de tu día a día.
Ya mismo el Sol llamará a la ventana. Y la vida girará alrededor aunque yo no daré vueltas con ella. Permaneceré alerta en mi perdida garita, en guardia eterna ante el ataque de los anticuerpos, sabiendo que la batalla está perdida. Ganaré alguna batalla. Haré alguna incursión victoriosa, pero ellos, los anticuerpos, solo se agazapan en la oscuridad; no mueren ni deciden marchar.
Y otro día se unirá a sus congéneres aunque para mi será como en anterior. La amiga miastenia no funciona a golpes de calendario aunque sí de reloj. Cuando la sombra avanza, cuando la tarde cae, saca sus huestes y las azuza inmisericorde. No sé si podré contenerla. Quizá necesite ese "vino espumoso" del que habla el artículo para salir del bache. Sonaba bien aquello de "darse a la bebida", o quizá lo de "viva el vino y las mujeres". Ya puestos, abandonemos las convenciones y saquemos de paseo mientras podamos a esa parte que aun nos debe quedar fuera de lo "gravis".
Todo es provisional, si. Pero no de ida y vuelta. Cuando la miastenia se sienta en al asiento de al lado, sabes que ya el recorrido no tiene marcha atrás. Has de ir viendo pasar las estaciones sabiendo que nunca se bajará del tren. Solo te queda compartir con ella la tortilla de patatas y el trago de Fanta. (Ah, y no es publicidad. Es por el chiste... ¿No son fantásticos los que le dan a esa bebida igual que son alcohólicos los que empinan el codo?)
Una tontería como otra cualquiera. Por desengrasar. Por olvidar...
Llaman a la puerta. Será ella de nuevo. Tendré que dejar de escribir. Las letras bailan y se desdoblan. Sale el Sol...