Aunque el camino del budismo zen está abierto a todo mundo, no todos están dispuestos a dejar de lado las preferencias personales. Estudiar zen es el constante compromiso de jamás abrazar gustos u opiniones en favor de un credo, idea o partido político.
Si yo digo “prefiero la paz y no la violencia”, entonces debo abrazarme a la paz y a todas las cosas que cultivan ese gusto. Iré por la vida rodeándome de personas y objetos que me hacen sentir bien; excluyendo y alejando de mi todo lo que no cumpla mi preferencia de “paz”.
Pero lo que escapa a la vista es que al esforzarme demasiado en ser pacífico, me convierto en una persona horrible, que excluye, que divide, que ataca. Convierto en objeto a todo aquel que no colabore con mi ideal.
Al final seré mucho más violento que la persona que me parecía violenta en primer lugar.
Cuando preferimos un equipo deportivo a otro, un sistema operativo a otro, una cultura a otra; estamos generando división en el corazón y la mente. Esta división genera barreras que nos llevan al odio y a la eterna conquista o destrucción de quien no comparte nuestro auto-engaño.
Aun el defensor de los derechos humanos o de los animales se puede convertir en un villano de cómic cuando se obsesiona con su ideal.
Con la práctica de zazen, el budismo zen nos da una puerta de salida para no ser víctimas de nuestro propio ego.
En el perfecto silencio de nuestra meditación podemos ver que no hay nada de malo con seguir a un cantante, partido político o comer exclusivamente vegetales… siempre y cuando ésto no nos genere caos y no dañemos con pensamieto, palabra o actos a otros seres. Incluido uno mismo.
En el zen vamos por la vida observando, formando parte de todo lo que nos rodea.
Escuchamos música, trabajamos, disfrutamos y cuidamos a la familia.
Pero sabemos cuándo ha llegado el momento de soltar las ideas.
Sin preferencia alguna se vive en paz y en armonía con el universo.