Síndrome cordonal posterior, cáncer y fisioterapia

Por Jagonzalez

Desde hace algún tiempo se suscita en redes sociales y en foros menos públicos un interesante debate sobre la prescripción de ejercicio en usuarios de la sanidad. Desde las instituciones que representan a la Fisioterapia se recuerda que el fisioterapeuta está en una situación óptima para ser el responsable, como profesional sanitario, de la recomendación, consejo, dosificación y aplicación de esta importante y sustancial herramienta terapéutica. 

Compartimos ese parecer y lo reivindicamos ante pretensiones de extensión a este campo del quehacer de otros profesionales. Además, exponemos hoy un caso de un paciente hipotético para ilustrar la complejidad de los procesos asistenciales que requieren conocimiento y coordinación en un entorno multidisciplinar. Esta complejidad y necesidad de armonización es la que aconseja aprovechar los recursos humanos de las Unidades de Fisioterapia incluidos en estructuras de atención especializada. Pero, además, nos recuerda la necesidad de conocimiento actualizado que nos permita ser solventes en la aplicación de los medios de los que disponemos como fisioterapeutas.

Se trata de un paciente con linfoma T del adulto HTLV1 variante aguda. Con normalidad asumimos el reto cotidiano de conocer cada caso y vemos ya aquí la necesidad de proceder de una cultura sanitaria y estar inserto en una estructura pluridisciplinar, con un lenguaje común y  hábitos de cooperación.

Sucintamente, el linfoma  es un cáncer del sistema linfático, que puede ser de Hodgkin y linfoma no hodgkiniano. Los linfomas no Hodgkin pueden ser de células T y de células B, dependiendo de los linfocitos afectados. Se clasifican en cuatro estadios, siendo la afectación creciente con cada uno de ellos. Nuestro paciente se encontraba en el estadio IV-B (afectación adenopática supra e infradiafragmática, esplénica, probable hepática, médula ósea y SNC) y se produjo remisión completa tras consolidación con trasplante autogénico de progenitores hematopoyéticos de sangre periférica (TASPE). Se aplicó también quimioterapia combinada hiper-CVAD.  Se produjo aplasia postquimioterapia muy prolongada que precisó ingreso para soporte transfusional. Con posterioridad se realizó un trasplante haploidéntico (hijo) submieloablativo de sangre periférica.

En el curso de este proceso oncológico se desarrolla un síndrome cordonal posterior de instauración aguda de probable origen inmune postrasplante, descartándose neuropatía periférica. Se descarta afectación a nivel central, causa infecciosa e infiltración por enfermedad de base. En este contexto se realiza plasmaféresis y corticoterapia empíricas.

El paciente acude a fisioterapia por su afectación neurológica, que ocasiona hipertonía, alteración de la marcha, del equilibrio, trastornos sensitivos y caídas. Posiblemente, nuestra intervención pueda atender a las consecuencias, comunes a otras enfermedades o síndromes. Pero parece razonable que para hacer un tratamiento adaptado e integrado se requieren unos conocimientos y habilidades inmanentes al profesional sanitario, un contexto sanitario, unos recursos sanitarios. Todo ello está presente, sobrentendido en las unidades de fisioterapia, generales o específicas. El ejercicio será, además, un eje fundamental en el abordaje de nuestro paciente. 

Así pues, como hemos expresado antes, parecería obvio que cuestionar la competencia o proponer su sustitución por profesionales ajenos al organigrama de las profesiones sanitarias puede ser ineficiente, desatinado. Incluso insensato.

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Para saber más;

Polineuropatía paraneoplásica con anticuerpos anti-anfifisina, en http://scielo.isciii.es/scielo.php?pid=S1137-66272004000100012&script=sci_arttext&tlng=pt

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