La nueva sede la Orquesta del Nuevo Mundo, de Frank Gehry. | Lynne Sladky / AP - ElMundo.es
ARQUITECTURA | Orquesta Nuevo Mundo
Julio Valdeón | Nueva York
Tiene ochenta y un años pero todavía descorcha lágrimas ajenas, de emoción, cuando constatas que Frank Gehry sigue enchufado, dibujando edificios donde la espectacularidad no riñe con la ciudadanía. En los últimos tiempos acaso había repetido demasiado las líneas del Guggenheim, subrayado las líneas rotas que lo encumbraron, los golpes de efecto, con el riesgo de deslizarse hacia el siempre paródico autohomenaje. Aunque el rascacielos que ha levantado en Manhattan, junto al puente de Brooklyn, sea un prodigio, algunos lamentaban que ya no ofreciera sorpresas, que solo lo contratasen inversores obsesionados con el rédito que procura su nombre.
Muy bien. Prejuicios fuera. Gehry acaba de entregar en Miami la nueva sede de la Orquesta del Nuevo Mundo. Con ella remata el que acaso sea su proyecto más personal, elegante, arriesgado, visceral, puro y “democrático” (por decirlo con ) en décadas. A diferencia de otros que ha construido, aquí Mr. Gehry equilibra su sed hiperbólica con una concepción del complejo a la medida del hombre, espectacular pero libre de calorías, el producto de someter sus ambiciones al aeróbic, sin muscular en exceso ni necesitar de un satélite espacial para hacerse una idea de un simple vistazo.
Lo más llamativo es el empeño puesto en derribar barreras. Ya saben, la música clásica ha sido definida como música de hombres muertos. Mural de genios al que nos acercamos en busca de glorias añejas. Frontispicio en mármol con poco que decir respecto al mundo en que vivimos. ¿Tópico? Claro. ¿Falso? Sí, por cuanto desprecia el caudal creado en el último siglo, pero extendido y a pleno rendimiento entre una ciudadanía que contempla los grandes estrenos como una fastuosa mascarada, un ecosistema de lujosas élites que poco puede decirle.
Desde el emplazamiento elegido, lacinados arrabales de Miami Beach, hasta los materiales, todo conspira para engrandecer la ciudad haciéndola más accesible, amable, limpia y optimista. Los espectadores disfrutarán de la orquesta durante los ensayos. Contemplarán los conciertos, si no compraron entrada, merced a proyecciones. Quienes sí tengan boleto estarán sentados casi encima de los músicos, sin fosos ni barreras, reconciliados con la idea de un arte al que sacaron del imaginario colectivo a base de echarpes de oro y aranceles dudosos, rozando con los dedos el vuelo de los violines, contemplando al director en su paseo por las tripas del edificio hasta que salga al escenario.
vía Sinfonía de Gehry en Miami | Cultura | elmundo.es.
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