Yo fui el único testigo, de ahí, que resulte más difícil sostener el contenido de mi declaración. A los ojos de mis superiores no soy más que un soldado no permanente. Un desecho de tienta, como nos recordaba mi capitán cada mañana. Lo sé, mi defensa debe ser más contundente que un alegato dentro de un papel bien escrito. Nadie va a fallar a mi favor, y menos aún, un Juez Togado Militar. Cómo le explico que todo fue un maldito accidente. Sí, cómo le digo que la culpa fue de la maldita alergia que padezco, y que además se acentúa con la primavera. Mi inocente estornudo hizo que el capitán apretara accidentalmente el gatillo de la pistola que estaba revisando, y la bala que contenía, se convirtió en la emisaria de un siniestro mensaje con todas nuestras réplicas a sus continuas vejaciones. Sin embargo, lo que nadie sabe, es que ese sólo era nuestro más íntimo secreto.
Microrrelato de Ángel Silvelo Gabriel