Sobre el negro

Por Alejandra De Argos @ArgosDe

Colaborador: Pedro Oriol.
Pintor  

    

¿Por qué reprochar a un triste su tristeza y a un alegre su alegría?

Cada vez que un destello ilumina una parte, se ensombrece la otra, y en ese movimiento estamos todos contenidos, los oscurecidos y los refulgentes.

Un requiem trasciende nuestro dolor como un himno nos hermana en la alegría.

Un arte sin sombras siempre será un arte plano. ¡Qué simpleza esa que relaciona la alegría con el colorismo y la tristeza con la negritud¡ Qué bellas intenciones las de Renoir, pero que amaneramiento el de su última pintura débil y algodonosa.

Encerrarse entre cuatro paredes ante un lienzo en blanco no es un camino suave.  Tampoco un juego vano y decorativo.

Pintar una flor es detener el instante breve de su esplendor, un canto a la vida sobre el filo de la desaparición.

Deberíamos dejar atrás toda impostura, toda teatralidad. La del que ríe simulando y la del que llora implorante.

El arte puede penetrar hasta lo negro más hondo de la tierra o ascender sin peso hasta la plenitud radiante y cegadora del del blanco. Pero siempre llevará en sí la sombra de una muerte invisible que nada tiene que ver con lo cadavérico. Una muerte germinadora y creadora de sucesivas realidades.

El primer trazo es ya un avance cuando pinto sobre oscuro. Parecen surgir las pinceladas, como el origen del universo, de un agujero negro. Hasta la sombra más densa tiene ahí su grado de luz. Y el tránsito hacia la claridad es un viaje a la esperanza.