Sobrevolando el espíritu por encima de todos, de los grandes, de los ángeles, de sus colores...

Por Artepoesia

Aquí podemos comprobar ya la magnífica resolución de estas imágenes del Museo del Prado. Debían verse ahora bien los colores de El Greco... Era algo muy necesario para entender la entrada anterior. Es ahora, en esta bellísima obra maestra de Arte, La Trinidad, donde más quizás se puedan descubrir además no ya los colores, no, sino la utilización de éstos para crear con ellos otras cosas, otros colores, y sus formas... Otros reflejos, otras gamas, gradaciones más bien, de los azules, de los malvas, de los bermejos, de los amarillos, de los grises, de los verdes... Y, sin embargo, no serán aquí los colores los que hagan de la obra una obra maestra. La historia de este lienzo es la historia del comienzo de El Greco en España.
Durante la estancia de El Greco en Italia, conocerá en Roma a Luis de Castilla, hijo natural del deán de la Catedral de Toledo, Diego de Castilla. Luis le hablará a su padre de las maravillas artísticas del pintor cretense. Y es entonces cuando éste le solicitará su labor creativa para el retablo de una iglesia recién construida en Toledo, la iglesia de Santo Domingo el antiguo. Estamos en 1576, y España brillará en el orbe mundial como nunca nación alguna lo haya hecho. Y este retablo en Toledo es ahora para el pintor griego un maravilloso escenario para plasmar su Arte.
Y lo plasmó..., con varios lienzos además para ese retablo. Imaginemos el hecho, una pared no muy grande decorada con cinco obras maestras por entonces... Pasaron luego allí los siglos en silencio, resguardados entre sus acogedores y gruesas paredes y marcos. Así las obras se mantuvieron ya con todo su vigor, con toda su fuerza y con todo el fulgor eternizado ya por unos bien elegidos y fijados pigmentos. Hasta que llegaron los franceses en 1808... y lo cambiaron todo. Ellos descubrieron por entonces España, un país tan cercano y tan lejano... Descubrieron que la nación que invadían entonces tenía, calladamente -a diferencia de Italia-, una de las colecciones de Arte más fascinantes del mundo. Y no pudieron evitarlo, se enamoraron al verlo.
Comenzaron expoliando, pero, luego, al marcharse, continuaron buscando... Ellos crearon un mercado en España que no existía entonces, la compraventa de obras de Arte. Hasta la aristocracia española, y el propio rey, se contagiaron luego de ese fervor comercial. ¿Los proveedores? La Iglesia, una institución siempre necesitada de fondos y muy sensible a los galanteos monetarios de los oportunistas. De este modo, dos de los cinco lienzos de ese retablo, los más grandiosos, La Trinidad y la Asunción, fueron enajenados durante la primera mitad del siglo XIX. Los que hoy se ven en la iglesia de Toledo son copias de los mismos. ¿Dónde están los originales? En Chicago y en el Prado.
Pero, lo importante es que hoy los podemos ver..., y, desde aquí, por ejemplo, en todo y para todo el mundo, al menos éste que vemos ahora aquí denominado La Trinidad. Y, ¿qué vemos? Una representación de un dogma católico, de una verdad de fe reconocida por la Iglesia desde los inicios de su historia en el siglo IV. El dios único poseerá tres formas de expresión pero una sola realidad. Nunca pudo ser representado todo esto en el Arte de un modo claro, tan solo a través de símbolos, de triángulos decorados ahora con mensajes y con grabados. Comenzaron los pintores del siglo XV, verdaderamente, a crear ya composiciones figurativas de este curioso dogma. 
Los bizantinos lo iniciaron por entonces tímidamente, luego los italianos siguieron avanzando en esa representación tan compleja. Porque, ¿cómo hacer una representación de tres y a la vez uno? ¿De qué forma hacerlo? La mayor de las veces, con las figuras paterna y filial de Dios y de Jesús, y, luego, el Espírítu como una paloma sobrevolando a ambos. Pero separados ahora en sus figuras definidas, uno un poco lejos del otro. Fue el renacentista, y grabador alemán, Alberto Durero quien uniría a los dos sagrados seres en 1511, ahora abrazados tras la sufrida pasión de Cristo. Y en él se inspiraría ya El Greco para hacer luego, en 1579, lo mismo. ¿Lo mismo?, no, exactamente lo mismo no.
Porque el pintor griego fue ahora más allá... Durero presentaría centrados a los dos personajes fundamentales de la Trinidad, y, sobrevolando a ambos, al Espíritu santo. Alrededor estarán los ángeles, pero en Durero separados éstos un poco, como un coro que rodeará ya, respetuoso, al sagrado y único sentido de los dos divinos personajes. En El Greco su Trinidad es diferente, todos estarán ahora unidos aquí, muy juntos todos, como formando ya un grupo cerrado. Hasta un ángel se permitirá tocar con su mano el hombro de Dios... Es esta una composición compactada, donde aquí, además, el dramatismo de la escena de Durero -como en casi todas las de este tipo- no se percibirá, sin embargo, ya en la obra de El Greco
Aquí los gestos son comprensivos, compasivos, justificados, amables, sentidos más como seres ahora todos más humanos que divinos. Y el Espíritu sobrevolará..., se elevará ahora sobre todos en forma de una paloma perfecta, la más perfecta paloma quizás nunca representada y pintada en el Arte. Tanto como desearan ya aquellos detractores del pintor cretense. Es tan perfecta, tan armoniosa, tan majestuosa, tan brillante..., que con todo ello el creador aquí magnificará así su propio sentido, ese ahora ya tan diferente frente a las otras dos sagradas representaciones figurativas. Y aun a esas mismas que las otras..., que todas las demás, esas mismas otras que configurarán además aquí, también, así ya todo aquel otro mismo sentido...
(Fragmentos del lienzo de El Greco, La Trinidad, 1579; Óleo La Trinidad, del pintor manierista El Greco, 1579, Museo del Prado, Madrid.)