Hasta de despertar tu conciencia. No me escondo, yo tardé dos días en despertarla hasta propiciar un movimiento interior lo suficientemente fuerte como para moverme y salir de mi normalidad (y comodidad). Lo importante ahora en Valencia es la ayuda física, el movimiento de cada persona que pueda ayudar al lugar de los hechos. Porque si no se produce esa acción corremos el peligro de conformarnos y dejarnos llevar por los pensamientos de la gente que todavía no se ha movido a estar cerca de los afectados: ya se encargarán las instituciones, voy a donar a ONGs que están dando la ayuda, hay mucha gente que lo está haciendo, podemos coger infecciones, es peligroso... Sin ir más lejos, yo misma me estaba dejando engatusar. Aun haberme acercado a un punto de ayuda en Valencia o a la Cruz Roja no había nada que hacer porque ya estaban voluntarios oficiales encargándose y todo cubierto. ¡Me equivoqué de lugar! La ayuda urgente no era en la ciudad sino en los pueblos. Me volví caminando a casa medio contenta de haberme movido a hacer algo, pero nada tranquila ni satisfecha porque no me había manchado las manos ayudando a mis vecinos de al lado. Pero llegó un punto en que mi conciencia y corazón se rebelaron gracias también a las palabras de un amigo que acababa de estar en Paiporta todo un día. Él venía contento y a la vez dolido por lo que veía en nosotros, los que nos quedábamos en Valencia mirando desde lejos o a través de nuestras pantallas sociales. Nos decía ¡despertad! Lo que decís no es verdad. Hay alegría.
¿Por qué venía contento? Por lo que ahora mismo voy a compartiros. Porque esto se contagia y es real, es una misma experiencia la que todos vivimos en los diferentes pueblos arrasados por el agua. Cuesta creer que el agua haga tanto daño, su impacto es brutal. Sólo de ver las calles con los coches rotos amontonados unos encima de otros, árboles tumbados, todo movido de su sitio original... Te cambia la visión de las cosas y te ayuda a conocer mejor la dimensión de lo ocurrido. Ese es el primer impacto visual: el desorden, la suciedad, la pobreza, el color de las cosas bañadas por el barro y lodo... Unas semanas antes yo pasaba en tren de cercanías por esos pueblos a distancia y ahora todo lo que había contemplado se había esfumado. ¡En horas! Cuesta este primer toque con la realidad. Mi amigo me dejó un tiempo amplio para relacionarme en silencio con el escenario que iba a conocer cuando fui a ayudar a Catarroja. Era necesario. Rezamos el Rosario al ir para allá. Pensé que estaría rezando Padresnuestros, Ave Marías y Glorias todo el rato, pero la verdad es que no fue así porque te pones a hablar, a trabajar duro, a indicar a gente u otros a ti y no tienes esa conciencia de rezar. Pero, este amigo me dijo que haciendo lo que hacíamos estábamos rezando porque Dios está ahí en medio. Se palpa. Es cierto, la atmósfera que se respira es genuina.
Lo primero que me llamó la atención fue ver ríos y ríos de gente yendo hacia los diferentes pueblos dañados por la DANA. Mirases por donde mirases encontrabas personas cargadas con escobas, cubos, agua y vestidos con ropa deportiva, algunas ya manchadas por el barro pues sería su segundo o tercer día de ayuda. No te sientes solo o el único loco, te sientes perteneciente y cercano a nuestros vecinos de al lado. Esta imagen de ríos de gente yendo por el puente de cemento me hizo recordar otra imagen marcada desde pequeña y no tan pequeña. La de antes y después de un partido de fútbol del Valencia en Mestalla subiendo y bajando por la pasarela de cemento en forma de caracol, o los ríos de gente que vi en la JMJ de Lisboa el verano pasado, o la multitud de personas antes y después de un concierto de Coldplay en Barcelona... Pero, ¿sabéis cuál es la diferencia pese a la gran similitud? Que esta vez no vi prisas, no se empujaba y había mucha más alegría. Una alegría diferente, no había quejas ni palabrotas ni gente que se excediera con la bebida. Este sí que fue otro impacto de los grandes.
Una vez llegas, como puedes, al pueblo te pones a trabajar sin esperar órdenes. Esto es algo que todos lo teníamos bien asumido: llegas a ayudar no a esperar. Te urge ayudar, ponerte en camino, ser esperanza para nuestros vecinos de al lado. Empiezas a sacar agua para intentar dejar seca la calle y libre de obstáculos. Digo intentas porque luego te enteras de que han sacado agua de una casa o de un garaje, la calle se llena de agua de nuevo y ¡vuelta a empezar! Pero no se pierde la esperanza, empezamos a mover nuestras escobas juntos y arreglado. Así hasta hacer una calle o lo que se pueda. Hacen falta muchas, muchas, muchas, muchas, muchísimas manos allí. Somos necesarios, pero no suficientes. Toda ayuda cuenta, pero hace falta mucha más y de profesionales con maquinaria y de tantos voluntarios profesionales del campo. Qué bonito ver cómo se implican sin esperar ser llamados, bien conocen el daño del agua en sus campos.
Caminar por las calles y entre los pueblos es una odisea. Todo empantanado. Al principio te mueves con cierto miedo de resbalar, de quedarte ahí plantado, de mancharte, de hacer un movimiento en falso, de caer por algún agujero o alcantarilla... Pero una vez ya te estrenas en ello o ves a otros ir por delante con confianza, el miedo desaparece y te haces uno con el suelo, parece que forma parte de ti durante todo el día. Es desolador ver cómo están las calles todas llenas de lodo, de fango, de barro, de agua a estas alturas de la película. Qué circunstancias para nuestros vecinos de al lado que no pueden moverse con normalidad y muchos algún no han salido de sus casas. Es lo único que piensas cuando estás allí, la pena de ver la poca ayuda y lo que queda... ¡Pero no se pierde la alegría y la esperanza de ir haciendo poco a poco cada día! El despliegue de los vecinos de todos los pueblos y de la ciudad de al lado es todo un espectáculo, corrijo, testimonio de fraternidad. Sin pensárselo dos veces, arriesgando lo que sea por ver bien al vecino. ¡Hasta cuidan a los voluntarios! Preparando bocadillos y agua. Y se emocionan cuando les decimos que estamos ahí porque es imperativo para nosotros, ¡qué menos! les decimos y se emocionan. ¡Qué faltos estamos de estos gestos generosos, pero cuántos estamos viendo en horas!
Los propios afectados, nuestros vecinos de al lado, están ahí aguantando las lágrimas y achicando agua como uno más, ¡qué testimonio! Y ahí estás tú ayudando y sonriéndoles porque no hay otra, te nace esa empatía. Ahora no es momento de críticas ni de fijarnos sólo en los números, pero no escondemos el dolor, la impotencia y cómo hacer para sostener lo todo lo que se ha roto con esta DANA en tantas personas. Quien pueda que se acerque y se ponga a barrer agua, escombros, barro y mover muebles. Que dé apoyo emocional. Que compre comida y se la acerque. Quien no pueda moverse que rece, que pague una escoba a quien pueda ir. Nuestros vecinos de al lado no necesitan dinero, ahora eso no arregla nada, hace falta ayuda física para volver a la normalidad, para volver a tener vida como tú y como yo. Ahí sobran coches, hierbas, muebles y restos de las casas, mucha agua, barro y lodo... Por supuesto el dinero ayuda y mucho, puedes donar para el mañana. Y quizá ya estén organizando cosas desde las ONGs e instituciones a las que puedas donar, pero allí el movimiento lo ha empezado el pueblo. Y lo hace el pueblo. Es impresionante ver la cantidad de grupos en redes sociales y tantos estados en perfiles sociales que están desarrollándose para llegar a nuestros vecinos de al lado.
Y sí, una vez más vives la frase que no es nada teórica de que sólo el pueblo salva al pueblo. ¡Y qué bonito, esperanzador y testimonial! Aunque eso no quita que los profesionales acudan allí a suplir donde el pueblo no llega. GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS