Sólo se ama lo que se conoce; y ese conocimiento -en la infancia- debe ser libre, accesible y primario

Por Artepoesia


Uno de los corsarios del siglo XVI más desesperantes para la Corona española fue el inglés Walter Raleigh (1552-1618). Apasionado del mar, atravesaría el Atlántico decenas de veces para conseguir la gloria de la conquista y el honor. Apoyado por la reina Isabel I de Inglaterra, lograría colonizar las costas de la Virginia norteamericana. En 1596 participó incluso en el asedió de la ciudad de Cádiz en la guerra contra España. Sin embargo, con los años iría alejándose de la influencia de la corona británica -Isabel I moriría en 1603- con la llegada de un nuevo rey al trono inglés. Sería hasta encarcelado por traición -no apoyaría al nuevo monarca, éste más pro-español- durante por doce años incluso. Las relaciones por entonces entre ambas coronas se mejoraron y, por lo tanto, la piratería inglesa dejaría de tener patente oficial. Es por lo que, ante una de sus últimas acciones corsarias, acabaría ya detenido, condenado a muerte y decapitado en Whitehall en el otoño de 1618.
El pintor prerrafaelita John Everett Millais lo pintaría de niño, sentado y absorto ante las historias de otros lugares lejanos, de monstruos, de tesoros, maravillas, de luchas, y otras leyendas del mar. El marinero relator -de espaldas- ahora le señalaría incluso hacia el sur, o hacia el oeste, indicando así las lejanas y enemigas fronteras de España y de su imperio. Lugares éstos a los que algún día, mucho tiempo después, osará dirigirse para realizar los apasionados sueños de su infancia. Deseos de aventuras, alumbrados ya por sus mayores, por aquellas leyendas y relatos contadas al amparo de un deseo impenitente, de una voluntad litigadora y de una visión de conquista, de triunfos y de gloria.
Recreamos nuestros deseos más arraigados en la infancia, provocados además, entonces, por el influjo inconsciente de una ambiente propiciatorio. Imitamos los anhelos, descubrimos las historias, nos enamoramos de las cosas que seducen ya nuestros años de rubor y de sustento. Admiramos todo aquello con los ojos sorprendidos de lo ajeno, de lo que desconocemos hasta entonces, de lo que aprendemos poco a poco a construir en nuestra mente, arrogados por el sueño implantado por los otros. Rodeados de elementos, de pasiones, de gestos, de mensajes; también de imágenes, de versos y de gráficos. De misterios desvelados por el ejercer continuo y sutil de un saber influenciado. Sólo las cosas que marcan a una edad tan temprana pueden llegar a causar el único sentido válido que precisa ya una vida.
Las influencias de las técnicas y de los alardes estilísticos de muchos grandes creadores fueron establecidas ya desde su infancia. El historiador Gombrich, para justificar esta teoría, utilizaría el caso del gran pintor flamenco Rubens, con la que probaría incluso que este genio de la pintura comenzaría a dibujar el cuerpo humano con su característica expresión condicionado ya por los manuales que instruyeron su niñez. Y es que el dibujo no fue, sin embargo, algo especialmente destacable en el aprendizaje de la infancia hasta el siglo de las Luces. Fue el filósofo Rousseau quien establecería ya las bases del dibujo moderno. Lo haría en su obra literaria Emilio, de 1762, donde incluiría al dibujo como disciplina fundamental para la educación de los niños. A partir de ahí, finales del siglo XVIII y principios del XIX, esta influencia determinaría incluso toda la creación pictórica posterior, llegando a alcanzar así una de las revoluciones artísticas más decisivas de la Historia, el advenimiento del arte moderno.
Cuando el pintor español Delfín Salas alumbrara su familiar vocación militar, se encontraría también influido por un aprendizaje artístico orientado ya desde su infancia. Admirado por las historias de sus mayores, por los dibujos de los soldados renacentistas de aquellos Tercios españoles y por las estampas de los arcabuceros, marañones, infantes y caballeros, dejaría volar así su deseo inspirado en la imagen gallarda de su pronta vocación. De este modo se dedicaría luego más al Arte que a la guerra. Crearía entonces los momentos escuchados en su infancia, conocidos por el orgullo y la leyenda gloriosa de sus ancestros. Pintaría una de las cargas de caballería más heroicas de su ejército. En la carga de Taxdirt (Marruecos, 1909) proyectaría toda su expresión ya asumida desde muchos años antes de escucharla. En ella plasmó el momento en que un regimiento de caballería español se decide a cargar entre enemigos a cubierto, y tan sólo ejecutado con el gesto defensivo de una espada desnudada.
El pintor Everett Millais pintaría también una obra sorprendente en 1857, Sir Isumbras en el vado. Con este título se relataba ya un poema medieval de caballerías. En la obra pictórica, sin embargo, un anciano caballero cabalga humilde y sosegado, después de haber llevado una vida de vaivenes, luchas, soledades y dramas; pero, ahora, lleva entre su cabalgadura a dos niños con él. Éstos son su legado vital y duradero. El pintor lo decide así, dedicando al héroe compungido al menos el alarde de poder transmitir ahora algo de su pesada carga. Y es la infancia quien recoge la potestad de esa vida, quien pueda conocer, ahora, las desgranadas -y sabias- ansias ya de una vida terminada. 
La fotógrafa actual rusa Anka Zhuravleva (1980), comenzaría su infancia rodeada de libros de Arte  y útiles de dibujo de sus padres. Sin embargo, quedaría huérfana de ambos algún tiempo después, para entonces se entregaría a una vida vagabunda, bohemia, y artística a saltos. Pudo dirigir por fin su vida a la pintura, aquello que aprendiera entre los ojos de una niñez determinada. Aun así, en el año 2006 cambiaría definitivamente su vocación artística hacia la fotografía. En ella ahora desarrolla aquella ilusión primigenia; aquella pasión creativa que aprendiera ya a descoser en los años en que sus ojos comenzaran, por entonces, entendiendo que lo único que existiera era ya lo que tenía, lo que viera y aprendiera rodeada de su infancia, sus anhelos y su vida. 
(Óleo La infancia de Raleigh, 1870, del pintor John Everett Millais, Tate Gallery, Londres; Cuadro Carga de Taxdirt, del pintor español Delfín Salas -fallecido en 2007-, representa una carga de caballería en Marruecos en 1909; Óleo Sir Isumbras en el vado, 1857, del pintor John Everett Millais, Inglaterra; Dos fotografías de la fotógrafa rusa Anka Zhuravleva, actual.)