Tengo presente la imagen viva de mi abuela, vestida con saya negra, con su mandil también negro y blanco a cuadritos, a veces gris, anudado a su cintura. La camisa de color negro abotonada hasta el cuello la cubría en invierno con una toquilla de lana que cuyas puntas cruzaba hasta remeterlas en la espalda, también de color negro. Por la calle cubría sus canas con un pañuelo a la cabeza también negro anudado a su barbilla.
Mi abuela materna, Maria del Carmen Rosa, sólo tenía de color carne la cara y las manos; hasta las medias y las alpargatas eran negras. Destacaba en su pañuelo cruzado al pecho, un imperdible del que pendía un escapulario de la Virgen del Carmen, patrona de los hombres de la mar y una aguja enhebrada de hilo de sobrehilar blanco enrollado en ésa diminuta aguja de coser enganchada siempre a la altura del pecho. Así durante toda su vida, desde su más tierna juventud.
Al ser de día comenzaba su tarea, coser las blancas e impolutas chaquetas de los camareros de Casa Pedro que destacaban sobre sus ropas tan oscuras. El luto, la pérdida de sus seres queridos, la tradición de vestir luto años y años, veiase obligada a no vestir de otro color desde su más tierna juventud e incluso infancia. Roto unos años por la promesa de vestir con el hábito de la Virgen del Carmen por ver volver a sus hijos en los barcos pesqueros allende los mares .
Ella, tan alta y espigada, tan seria, trabajadora y generosa, olía a jabón verde, a jabón de lagarto, a potajes y a carbón, al humo del anafre; su casa desprendía el aroma de las mariposas, aquellas lamparillas de aceite con las que mi abuela honraba la memoria de sus difuntos, o bien para ofrecer a las ánimas un haz de luz para cruzar las sombras de ese camino que las llevaba del Purgatorio a la Gloria y que prendía en un cuenco con aceite frente a las estampitas de imágenes de los santos.
El blanco de las paredes encaladas de su casa y de su hermoso patio se rompía con los colores de las flores plantadas en macetas pintadas de color verde, llenas de rojos, rosas, amarillos de los geranios, gitanillas, claveles que regaba cada día impregnando el ambiente al aroma de tierra mojada.
Ella rigurosamente vestida de color negro no era consciente de que ése color lleno de ausencias de colores o falto de luz, el negro representa el poder, la elegancia, la formalidad, el misterio, la muerte, pero también como así creen en Oriente, es el color de la antigüedad y la experiencia; también la sabiduría.
Personalmente se me van los ojos hacia ése color que dicen que los entendidos que no es un color, es la ausencia de todos los colores o la unión de todos ellos y la comida no es una excepción, me encanta la pasta “pintada” de color negro, hecha con tinta de calamar o de jibia como en éste caso.
Y con ella, hoy propongo ésta receta. ESPAGHETTI AL NERO DE SEPIA CON AROS DE CALAMAR A LA PLANCHA
INGREDIENTES PARA DOS PERSONAS:
Un calamar mediano, espinas de pescado (en ésta ocasión de una rosada), 200 grms. de espaghettis al nero de sepia (espaghettis negros), tres dientes de ajo, aceite de oliva virgen extra, una ramita de perejil fresco, el zumo de un limón y sal (agua para cocer la pasta).
Limpiar el calamar y trocear en anillas dejando la parte de las patas entera (esto lo suele hacer el pescadero). Trocear los dientes de ajo y el perejil, reservar.