La proliferación de cadenas privadas de televisión y de ediciones baratas en DVD está permitiendo que el acceso a productos de este corte sea, a día de hoy, relativamente sencillo; como, por lo demás, suelen ser producciones de duración bastante corta (raramente llegan a los noventa minutos de metraje), el ejercicio de su visionado no conlleva mayor dificultad. ¿Conclusión? Blanco y en botella. Suelo ver films de este tipo con cierta frecuencia. Y, en más de una ocasión, me llevo sorpresas tremendamente agradables. Ayer me llevé una de ellas, viendo “Sucedió en Suddenly” (“Suddenly”), cinta de 1954, firmada por Lewis Allen, y protagonizada por Sterling Hayden y (sí, sí, el mismísimo...) Frank Sinatra.
“Sucedió en Suddenly” juega con una premisa argumental que, extrapolada al momento actual, mucho me temo que haría las delicias de esa caterva de mendrugos aglutinados en el movimiento conocido como Tea Party (perversiones del lenguaje: yo siempre habría asociado un nombre así al de una plácida reunión de ancianitas victorianas de esas que salen en las novelas de Agatha Christie...): nada menos que la de un atentado contra la persona del presidente de los Estados Unidos. Todo el film gira —y se articula narrativamente— alrededor de la amenaza de su consumación, en un crescendo de intriga e incertidumbre que sólo se resolverá con un final del que les omito los detalles (aunque no haga falta una imaginación calenturienta para barruntarse cuál puede ser), y lo hace con eficiencia, concisión y claridad: en setenta y cinco minutos, no hay tiempo para perderse en grandes disquisiciones, y Allen no lo hace. Mejor para él y mejor para el espectador, por supuesto.
La función no pierde fuelle en ningún momento, y el jefe de pista, como no podía ser de otra manera, es el ínclito Frankie —el resto del reparto cumple, sin brillo, y pecando de una cierta rigidez actoral (en el caso de Hayden, “marca de la casa”...), aunque sin llegar a arruinar el espectáculo—, que se erige, y no sólo por la condición central de su personaje (que también), en el máximo punto de interés. Hay que consignar en su haber que lo hace sin el más mínimo problema y dotando a su poco escrupuloso mercenario de un punto de locura contenida que es, si acaso, el único aspecto de cierta complejidad psicológica de todo el entramado argumental. Además, y a diferencia de lo que hubiera hecho Elvis Presley puesto en igual tesitura, no se le ocurre en ningún momento arrancarse con una copla: se agradece (dado lo poco apropiado que, en el contexto de la trama, hubiera resultado...).
En suma, una propuesta curiosa, interesante y entretenida, rodada en un flamante e intenso blanco y negro, y con un fuste y consistencia que ya quisieran presentar las tres cuartas partes (o más) de la producción cinematográfica que llega en nuestros días a esas salas oscuras y llenas de butacas a las que, pese al empeño de gestores de centros de ocio (y vendedores de palomitas...) en que vayamos a otras cosas, muchos aún seguimos yendo a (intentar) ver cine. En fin...
* Esta entrada va dedicada a mi buen compa Marcos Callau, y él ya se imaginará bien por qué...
* APUNTE DEL DÍA: Hace unos días, ví "Adele y el secreto de la momia". Potable, y poco más. Si quieren leer la crítica completa en La Butaca, éste es el enlace.
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