No hay nada más poderoso y a la vez sumamente útil que derrotar a nuestros enfados. Cuando nos enfadamos inundamos de bioquímica negativa todo nuestro cuerpo, es decir, nos atacamos a nosotros mismos. Este acto tan absurdo, hacernos daño a través de nuestros enfados, los realizamos por la sencilla razón de que en toda nuestra educación nadie nos ha explicado la relación entre nuestras emociones y nuestro cuerpo. Una Segunda Alfabetización ha de acabar con este analfabetismo, que nos lleva a agredirnos a nosotros mismos, a ser conductores sin preparación de nuestro propio cuerpo: para conducir un automóvil se no exige unas pruebas que demuestren nuestra pericia, sin embargo nuestra educación actual nos pone al volante de nuestro cuerpo, un vehículo irremplazable, sin habernos enseñado a conducirlo y evitar así hacernos daño.
Querido lector, te invito a aprender a conducir tu cuerpo sin dañarlo, y te propongo que empieces por observar tus enfados: en tu próximo enfado siente cómo la energía y la bioquímica del enfado comienza a esparcirse por todo tu cuerpo, y pregúntate entonces quién tiene el mando de la nave: ¿tu enfado o tú? Te invito a superar a los grandes guerreros de la historia, que eran capaces de enfrentarse a los más poderosos enemigos, pero que sin embargo se rendían incondicionalmente ante sus enfados. No conviertas tu cuerpo en un campo de batalla, enfréntate a la bioquímica malsana del enfado con tus dos armas más poderosas: tu risa y tu sonrisa; ningún enfado aguanta que se rían de él y además la risa inunda nuestro cuerpo de bioquímica de la felicidad.
Toda batalla exterior implica una batalla en nuestro interior, en nuestro propio cuerpo, que se convierte en campo de batalla a menos que aprendamos a evitarlo.