sustituir, olvidar

Por Patriciaderosas @derosasybaobabs

Hay un recurso que se ha utilizado en series y películas hasta decir basta. La propietaria de una mascota se va de viaje y deja al cuidado de la criatura a su hermana, su pareja o su mejor amigo. Por algún tipo de negligencia, durante este tiempo la mascota se muere y el responsable trata de paliar la pérdida comprando un animal similar. En ocasiones, cuestionando la inteligencia del dueño, como si no se fuese a percatar del cambio. En otras, como premio de consolación. Algo así como “inténtalo con uno nuevo”. Nunca le he visto la gracia a este recurso.

Creo que no soy excesivamente nostálgica pero miro con cierto recelo a quien es capaz de sustituir algo importante sin que le tiemble el pulso.

Me costó años deshacerme de mi coche anterior. Me había acompañado durante mucho tiempo y no me había fallado jamás. Ese coche tenía recuerdos, kilómetros de canciones, risas, peleas, preocupaciones, cafés y fiestas. También tenía años, pero la mera idea de sustituirlo con el único pretexto de pasar de un coche de marchas a uno automático me espantaba. Ese apego que padecemos algunas personas hace que solo se justifique el cambio cuando viene avalado por una razón de peso.

Durante años, estuve comprando pan a diario en una pequeña panadería del barrio. Antes de volver a casa al mediodía, pasaba por allí y cogía mi barra, envuelta en papel de estraza. Con suerte, me tocaba una hornada reciente y antes de salir ya había cortado un pedazo de pan caliente. Pocos placeres más sencillos. Cuando volví de unas vacaciones de verano y regresé ese primer lunes de trabajo a mi panadería, había sido sustituida por un local de venta de cables, enchufes y cargadores.  Sin aviso, sin despedida, sin nota de traslado. Está de más decir que no entré jamás en aquella tienda.

Hace un par de días mi amiga Silvia me dijo, haciendo referencia a la gente con la que nos vamos cruzando en la vida: “Últimamente bajo a más gente del tren de la que subo”. No me pareció preocupante, ni triste. Ni siquiera extraño. Algunos se bajan porque se han cansado de viajar o porque han llegado a su destino. Otros suben en una parada que no esperabas, se sientan a tu lado y te dan la conversación y la compañía que estabas esperando. Pero ni siquiera los que bajaron para subirse a otro tren con otra dirección pueden ser sustituidos por nuevos viajeros. Solo una memoria mezquina querría hacer desaparecer el recuerdo de un recorrido en buena compañía.

Un vagón medio vacío siempre hace que el trayecto sea más cómodo, pero es imposible olvidar a quien fue un buen compañero de asiento. Te olvidas del sabor de aquella barra de pan, pero no del calor en las manos en los días más fríos, cuando te daban una recién salida del horno. Te olvidas de cómo se conducía con marchas, pero no de la música que sonaba y hacía que ese coche fuera solo tuyo.

Sustituir es olvidar, de alguna manera. No me gusta.

(«Nunca se olvida, simplemente se aprende a pretender que no se recuerda».)