Tabaco y libertad

Publicado el 27 octubre 2010 por Joaquim

Dice Le Monde en su edición de hoy que "uno de los últimos bastiones de Europa occidental para los fumadores, especialmente en bares y restaurantes, se prepara para adoptar medidas más duras en materia de lucha contra el tabaquismo". El bastión a punto de ser derribado al que se refiere el diario francés es, naturalmente, España, donde a partir de enero se prohibirá fumar en establecimientos de hostelería.
Cerca de casa hay un barucho con este ostentoso letrero: "Aquí se permite fumar". No es el único, ni mucho menos. Ocurre sin embargo que el establecimiento en cuestión es apenas un cuchitril de medidas liliputienses, lo que obliga a los clientes a apelotonarse frente a la mínima barra. Total, que en ese bar, donde se fuma a tutiplén, el humo adquiere dimensiones de niebla londinense. Visto desde la calle, recuerda aquellas viejas estaciones ferroviarias humeantes por el vapor de las locomotoras.
Un servidor de ustedes fue fumador activo en su día, hasta que por propia voluntad dejé de serlo sin necesidad de recorrir a terapias psicológicas, acupuntura, vudú o cualquier otro sacacuartos. Dejé de fumar por pura decisión personal, tras llegar a la conclusión de que estaba intoxicado por el tabaco y que debía dejarlo antes de que aquello tuviera consecuencias irreparables para mí. De eso hace ya diecisiete años, y puedo asegurarles que jamás recaí. Ni un solo cigarrillo desde entonces. Así que si se quiere, se puede. Sólo hace falta un poco de voluntad.
De todos modos, no seré yo quien satanice a los fumadores. Allá cada cual con su salud y su vida, en tanto no fastidie la de otros. No se trata de tolerancia, palabra odiosa y supremacista dnde las haya, sino de respeto a la autonomía personal. Es por eso, por respetar las decisiones de cada cual en cuanto a qué hacer con uno mismo, que me resultan especialmente molestas esas campañas institucionales presuntamente progres acerca de lo malo que es el tabaco, la necesidad de "beber con moderación" o lo importante que es leer muchos libros. Si nos dirigimos a ciudadanos adultos, debemos respetar sus decisiones para consigo mismos: que cada cual beba lo que le de la gana hasta caerse de culo de puro borracho, si es lo que quiere; pero eso sí, si luego coje un coche y provoca un accidente de tráfico con resultado de daños o muerte a terceros, el peso de la ley debe caer sobre él con toda su fuerza; cosa que por cierto ahora no pasa, o no al menos en la proporción debida en relación al crimen cometido.
Y en fin, de la furia de los conversos, líbranos Señor. Recuerdo un incidente que tuve cuando era fumador con un viejo estúpido al que no conocía de nada, sólo porque yo iba fumando por la calle. El tipo estaba de los nervios porque él había tenido que dejar de fumar, y se puso a gritarme en plena vía pública "que no le salía de los cojones que fumara en su presencia". Le mandé a la mierda, claro, pero el tipo me persiguió dando voces durante un buen trecho. Por casualidades de la vida, unos días después me encontré a este apóstol del antitabaquismo fumando un cigarrillo en el recinto de una institución pública; el pobre diablo había recaído en el vicio. En aquellos tiempos aún no estaba prohibido fumar en el interior de edificios públicos, pero mi venganza fue atroz: me puse a seguirle por los pasillos ora a un metro de su espalda ora caminando a su lado, mirándole el cogote o la cara con una sonrisa de oreja a oreja y sin decirle una palabra. Se fue poniendo nervioso y al cabo de unos minutos, congestionado y rojo como un tomate, huyó del edificio con paso apresurado.
En resumen, en estos temas ante todo hay que ser consecuente. Y luego dejar que cada cual gaste su vida como mejor le parezca, siempre y cuando no interfiera la de los demás. Al cabo, en eso consiste la libertad.