Más de una vez, el mixto de inglés en pleno nos fuimos a La Cabaña, cafetería situada en el Altozano, a tomarnos un café con nuestro amado profesor. En santa procesión, iniciada a veces en fila de a uno sobre la línea central de la avenida de España —entonces llamada del Gobernador Rodríguez Acosta—, recorríamos el kilómetro largo que nos separaba del mencionado café. Aunque eran épocas rigurosas y de control estricto del movimiento y el pensar de los ciudadanos, entonces súbditos, ya en los últimos años del franquismo, ese rigor y ese control se centraba en evitar que nadie asomara la oreja ideológica más allá de lo permitido, que era poco. En lo demás, nadie se extrañaba de nada. Vivíamos sumidos en un caótico y creativo desmierde, si se me permite la expresión. No sé si ahora serían posibles tales enseñanzas peripatéticas, ni siquiera acogiéndose a los precedentes de Aristóteles o Teofrasto. Llegados a La Cabaña, invitábamos entre todos a Talarico a un café y él nos lo pagaba a todos los demás. Lo que de injusto y desequilibrado tenía esa rara forma de pagar a escote, no parecía importarle. El padre de uno de mis compañeros debía de tener una agencia de viajes o algo así, porque él, algunos días, se llevaba a clase un autobús, que en aquellos tiempos se podía aparcar sin problemas en los solares y bancales que rodeaban nuestra escuela, ahora céntrico instituto rodeado de altos edificios. De forma que éramos una clase con autobús propio con el que nos acercaba o alejaba a lugares diversos, entre ellos al campo de fútbol, donde se impartían las clases de educación física, pues nuestra escuela tenía capilla, pero carecía de gimnasio. Como era mixto el grupo, los unos usábamos los vestuarios del local, las otras se calzaban los pololos en los del visitante. Como no nos daba tiempo a ducharnos, luego olía el aula a zurrón de peregrino.
De las clases de inglés, recuerdo haber llegado a tener alguna en el mencionado estadio Carlos Belmonte, cercano a nuestra escuela, sede del Albacete Balompié. Talarico de portero, tapando media portería y los demás lanzándole penaltis. Todo ello en inglés, como debe ser. Dentro del aula, en un segundo piso al que llegaba sin resuello y bramando contra la falta de ascensor, éramos nosotros quienes le enseñábamos castellano a él, que no andaba muy suelto. Ya nos debe haber perdonado, porque nuestras enseñanzas no hacían más que aumentar su desconcierto y confusión sobre géneros y subjuntivos. No se merecía la crueldad con que algunos compañeros le ilustraban: —Se dice “el pared”, no “la pared”, le corregían. Él, nos miraba dubitativo y confuso por encima de sus gafas y tomaba nota en un pequeño bloc. Como aún éramos maestros en ciernes, espero que no calaran en él tales doctrinas lingüísticas, que le habrían llevado a tener un uso peculiar de nuestro idioma. Además, al final nos aprobó a todos.
De Talarico y de mi amigo José Ángel, me viene pronunciar “water”, “better” y demás como si fuera de Illinois. También de Hamed, (con acento en la e), o algo así, que nunca vi su nombre escrito, un amigo de unos años más tarde, militar americano que estuvo varios meses en Albacete instalando radares. Se alojaba en el Hotel "Los Llanos", de cuatro estrellas, sede de una discoteca que yo solía frecuentar, “Zodiac”, donde le conocí —también a las bailarinas brasileñas que actuaban en los Festivales de España— y donde acabé pinchando discos hasta la madrugada para sacar unas pelas y cuadrar el presupuesto. No recuerdo de qué, pero también entonces nos desternillábamos de la risa, sacándole, como ahora, punta a todo. Hemos disfrutado mucho de la lengua y me refiero a la de Cervantes y, a veces, a la de Shakespeare. Me proporcionaba Hamed cartones de Winston americano, traído de Torrejón. En aquella época, cuando aún no nos la cogíamos con papel de fumar, podía decir, sin faltar, que mi amigo, un americano de dos metros, era negro. Será por la edad, pero aquellos días debían de tener más horas que los de hoy, porque sacaba tiempo para leer a Hermann Hesse, Borges, Quevedo o Teilhard de Chardin, ir a menudo de acampada a Riópar, La Toba o Yeste, tomarnos unos "manchaos" en el "2 de la Parra", estudiar lo suficiente para sacar los sobresalientes y matrículas de honor con que aplacar a mi padre , disipando su inquietud por mis pelos, mis costumbres y mis horarios, a la vez que estaba en un grupo de música, no recuerdo si “Distorxion” o los inicios de “Cristal”, ensayando varios días a la semana. Pero eso es otra historia.