Una de las cosas que estoy aprendiendo de los aceites de oliva, es que son muy diferentes dependiendo no sólo de la variedad del olivo con que se elabore, si no del suelo, si son de secano o regadío, el momento de recolección e incluso el buen hacer del maestro de almazara.
Una misma variedad de zonas distintas te aportan unos matices y unas diferencias que a veces son más que notables.
Por eso, aunque existen notas de cata que caracterizan a cada variedad, cada almazara es capaz de obtener un producto diferente de los demás.
Es lo que me ha ocurrido con la arbequina. De siempre se ha dicho que esta variedad da lugar a uno de los mejores aoves, de sabor más suave y dulce, sin apenas amargor y picor y con un característico aroma y sabor a almendra.
He probado arbequinos que realmente parecían aceite de almendras más que de oliva. Pero por mi tierra, la arbequina, aun siendo uno de los más delicados, presenta un carácter rebelde, con su ligero amargor y picor que le da una fuerza capaz de soportar muchos platos que de otra manera sería imposible.
Y de repente, voy a Valladolid y aunque las bodegas de sus cinco denominaciones de origen son de visita obligada (y de hecho, eso hicimos), me entero que también hay una almazara, donde además hacen oleoturismo. No podía dejar pasar esta oportunidad, así que me puse en contacto con ellos y allí que me fui.
Enclavada en el páramo de Moclín, Medina de Rioseco, donde aún se pueden sentir las vibraciones de una batalla donde las tropas napoleónicas se sintieron victoriosas sin saber que toda una nación se levantaba de su letargo para plantarles cara, los olivos de Pago de Valdecuevas, en su mayoría arbequinos, son cuidados minuciosamente para conseguir un producto que, sin duda, es excepcional.
Con un frutado alto donde destaca la almendra y la hierba verde, que también son muy intensos en boca junto con la cáscara de plátano, planta cara con un ligero amargor y un picor suave que lo hacen muy interesante para acompañar ahumados, cremas frías, carpaccios y, como en este caso, frutas ácidas.
No tengas miedo de poner un arbequino con este tipo de productos, sobre todo si, como éste, tiene una personalidad tan fuerte que nada desmerece en otras variedades más contundentes.
Tartar de fresas y pistachos con crema de queso y arbequino
Ingredientes:
- 500 gr de fresas
- 200 gr de pistachos pelados
- El zumo de una naranja
- 50 gr de azúcar
- 50 gr de aceite de oliva virgen extra, variedad arbequina
- un puñado de albahaca
- 1/2 tarrina de queso crema
- 1/2 tarrina de queso mascarpone
- 100 gr de azúcar glass (depende de lo dulce que lo quieras)
Preparación:
Pica los pistachos a groso modo.
Lava y corta las fresas en trocitos regulares.
Mezcla en un bol las fresas, pistachos, el zumo de la naranja, el azúcar y la albahaca picadita (guarda algunas hojitas para adornar) y añade el aceite de oliva virgen extra. Reserva en el frigorífico.
Ahora mezcla el mascarpone, el queso crema y el azúcar de manera que queden bien integrados, y reserva en el frigorífico hasta el momento de servir.
Para emplatar, coloca en una copa el tartar de fresas y pistachos, y cubre con una porción generosa de crema de queso. Sirve fresquito y disfruta, ¡QUE APROVECHE!
Si te gustan los postres en los que la fruta sea la protagonista, te aconsejo que pruebes este Brazo de nata, fresas y chocoaove, o esta Tarta de cerezas, y si te gusta recibir a tus amigos con un cóctel delicioso, no hay nada mejor que este Ponche de melocotón.
Twittear