La representación del mundo y, por ende, de la vida, se puede reinterpretar desde muchos puntos de vista. El arte, en este sentido, es uno de ellos. Y, sin duda, la danza es una de sus manifestaciones más universales por el lenguaje que emplea a la hora de mostrárnoslo. Los movimientos de los bailarines sobre el escenario, las luces que se abalanzan sobre ellos y la música que los sustentan hacen de este espectáculo multidisciplinar una ocasión perfecta para poner a prueba nuestros sentidos más allá de nuestra óptica diaria, siempre hambrienta de nuevas sensaciones. La coreógrafa canadiense Marie Chouinard es plenamente consciente de ello y, quizá por eso, nos plantea en su último espectáculo «MÀ« una suerte de mapa de las emociones donde los aullidos y ritmos que ha creado van desde lo tribal a lo espontáneo a la hora de expresar esta oda a la vida en la que el sonido de la respiración de los bailarines sobre el escenario marcan esa dualidad interior-exterior que se produce en sus cuerpos. De esa materia pura, que emana desde las entrañas, es desde la que se proyecta un lenguaje gutural y repetitivo que se traduce en movimientos robóticos y espasmódicos, por electrizantes, como si cada uno de los onces bailarines que la representan, respondiera a una fuerza superior que los moviese mediante hilos al estilo de las marionetas. Ese hilo invisible crea una coreografía que, como el arte en sí mismo, está lleno de contrastes y contrapuntos. Y, de tal forma es ejecutado que, en determinadas ocasiones, el conjunto de danza se desplaza por el escenario como una tribu de cuerpos-hojas movidas por el viento. Cuerpos-hojas que se transforman en árboles cuando se detienen y al unísono levantan sus brazos al aire. Un simbolismo muy conectado con la libertada, por la sensación de liberación que produce en el espectador.
Marie Chouinard ha concebido un espectáculo de danza donde el juego interior-exterior se sublima cuando la música de Louis Dufort se hace presente con unos ritmos electrónicos hipnóticos y, muchas veces, extremadamente sugerentes, por el poder de compenetración que tienen con la coreografía, lo que nos lleva a trasladarnos a otro lugar en una especie de sueño aéreo. Sensaciones líquidas a las que hay que unir la majestuosidad de un sencillo escenario que, sin embargo, es perturbado por una sinfonía de colores cuya plasticidad penetra y se complementa con los atuendos fosforescentes de unos bailarines con sus torsos desnudos, lo que nos deja entrever esa dualidad interior-exterior de una forma directa y única por lo simbólica que se nos hace presente. Cuerpos, movimientos y músculos en una perfecta armonía visual y estética, pues «MÀ« es un espectáculo profundamente estético, donde su eclecticismo —al que podríamos denominar como básico— está basado en la esencia del cuerpo y el alma que van en busca del más allá. Un más allá que nos despierta un cúmulo de emociones que nos llevan hasta la belleza. Una belleza absorbida por lo primitivo y lo tecnológico a la vez, porque como decía Dante en La Divina Comedia: «la belleza es una consonancia con lo divino que emerge desde el interior y transforma el exterior». Y, «MÀ«, desarrolla muy bien ese concepto de la búsqueda de una belleza que transforma lo primitivo en actual, y donde los aullidos y ritmos que se representan van desde lo tribal a lo espontáneo.
Ángel Silvelo Gabriel.