Un diagnóstico de cáncer cambia la vida de quien lo recibe y de su entorno. Lo verdaderamente increíble es que, pese al miedo y la zozobra inicial, la vida se hace presente de otra forma, con otra fuerza. La fotógrafa Ana Esteban lo contó en una hermosa exposición de imágenes. Ella fue capaz de rescatar una dimensión espiritual de esa experiencia que la ayudó a crecer.
Como contrapunto compartimos un vídeo de Paco León que de otra manera aporta también una mirada de esperanza. Pese a las apariencias, la vida es siempre capaz de sorprendernos.
Más allá de lo que podamos hacer en los diferentes servicios sanitarios para ayudar a las personas que atraviesan esta experiencia vital parece sensato decir que, cuando ocurre, todos somos capaces de desplegar una enorme energía que nos impulsa a buscar la sanación. Por una parte buscaremos ayuda, por otra es fundamental reencontrarnos con nosotros mismos. Este último paso requiere de valor, más aún que el primero. Valor para atrevernos a mirarnos a la cara y en ella ser capaces de ver nuestra finitud, a pesar de la grandeza y el vértigo que eso implica.
Encarar la enfermedad grave o la posibilidad de morir hace surgir en nosotros una baraúnda de emociones. Elisabeth Kúbler-Ross se dedicó a estudiarlas evidenciando que, prácticamente todo el mundo, las atraviesa en uno u otro orden. El silencio interior de calidad en unos casos, la comunicación profunda con alguien de confianza en otros, el contacto con los seres queridos, con las cosas bellas, con lo que nos da sentido... son potentísimas ayudas en ese proceso.
Los ejemplos que hoy nos acompañan son dos muestras de que en ocasiones, tras la palabra cáncer se pueden encontrar otras palabras más hermosas.