2. La invisibilidad no sincronizada y la doble decepción masculina
3. Hombres
4. Ese universal e irrefrenable deseo de convivencia
5. Wapis
6. Madres profesionales. Madres eclipsadas
7. Historia universal de la convivencia en pareja
8. Numeritos conyugales: que no te los cuelen sin avisar
9. Los herbívoros, el nuevo Contrato Matrimonial y la paradoja Huxley-Houellebecq
10. La teoría del carrete
11. Las precondiciones de la relación ideal
12. La decepción oculta masculina
13. El bosón de Higgs de las relaciones urbanas
14. ¿A cuántos mojitos estás de la infidelidad?
15. El clan de las menos guapas (I)
Así pues, en todos los grupos hay mujeres menos guapas (vamos a llamarlas así) las cuales, por culpa de una o varias más guapas que ellas, se ven relegadas a la periferia en la nube de los deseos invisibles y potenciales. Porque, no lo olvidemos, se trata de preferencias que mantenemos deliberadamente ocultas que sólo se asoman cuando creemos que tenemos posibilidades de hacerlas realidad. El resto del tiempo esas preferencias se mantienen latentes, en forma de simpatías mutuas, de confianzas más o menos sólidas, por encima incluso de los emparejamientos oficiales.
¿Por qué toda esta argumentación previa tan quisquillosa y machacona? Pues porque a estas alturas, las docenas de lectores que han llegado hasta aquí se resisten a aceptar que sus preferencias internas en cuanto a aspecto no coinciden necesariamente con las que, por compromiso, relación o cercanía, deben exteriorizar. Me revienta que la mayoría despache este tema restándole importancia, negando su existencia o, simplemente, etiquetándome de raro, obsesivo, interesado o revanchista.
Y por la misma razón que existe un orden de preferencias en cuanto a aspecto, hay alternativas para avanzar algunos puestos en la clasificación. Las menos guapas no lo tienen tan fácil como esas otras que sin apenas esfuerzo están siempre deseables, encantadoras y monísimas, pero es posible acercarse a ellas, incluso hacerles sombra; aunque se necesita tiempo, esfuerzo, voluntad, dinero... (depende de cadda caso). Existen otras ventajas competitivas, ya sean innatas o adquiridas, capaces de hacerlas brillar con más intensidad. Esto tampoco significa que las menos guapas estén obsesionadas por esta competición implícita, al contrario, la mayoría renuncia a ella por principios, por incapacidad, por desidia... Pero es una motivación latente para muchas decisiones y actitudes. Ellas, por supuesto, lo negarán siempre, pero sus actos las suelen desmentir en ocasiones.
Las menos guapas suelen ser resultonas, más simpáticas, observadoras y atentas a los ojos de los hombres que las rodean; y lo que resulta aún más paradójico: son grandes amigas de sus potenciales rivales. El clan de las menos guapas, en un grupo lo suficientemente numeroso, suele estar compuesto por un conjunto de mejores amigas que, en el apogeo de su generación (la treintena), suele proporcionar al resto del grupo los momentos más intensos durante el tiempo que permanencen juntos. Las menos guapas suelen ser esas divertidas damas de honor que hacen que las novias tengan despedidas de soltera irrepetibles, intensas, dignas de recordar (aunque a veces no se lo merezcan). En los cumpleaños hacen regalos increíblemente personales, detalles conmovedores en reuniones emblemáticas y fechas señaladas. No hacen discursos, pero en los apartes de toda fiesta dejan caer frases y comentarios que las guapas siempre recordarán. Puede que incluso esas palabras determinen su futuro...
Por eso las guapas obtienen casi siempre inmejorables recuerdos en sus hitos vitales; y sin embargo, cuando la menos guapa se casa, la otra nunca está a la altura a la hora de compensar la delicadeza de los gestos y los instantes irrepetibles. A las guapas, que han quemado etapas más deprisa, normalmente las pilla en mal momento: intentando recuperar el prestigio perdido tras un matrimonio de baja calidad o una relación fallida, incluso un embarazo reciente. Así que se dedican a lucir un palmito de impacto decreciente durante la fiesta y a beber más de la cuenta para ganar la seguridad perdida. Creen que expresan su cariño abrazando mucho a la novia, fingiendo una intimidad que ya no existe; pero en realidad están pensando en cómo quedar bien en cada foto.
Las menos guapas brillan con fuerza brindando su apoyo y su lucidez en esas madrugadas míticas llenas de confesiones interminables, casi siempre a raíz de decepciones con novios, en las que las más guapas se sienten como una mierda. Cumpleaños, enfermedades, desgracias (reales o ficticias). Las menos guapas no aprovechan esas circunstancias favorables, al contrario, se comportan con generosidad y afecto, sin tratar de manipular las circunstancias en beneficio propio (o sea, que si el novio les gusta, aunque quede libre renuncian por coherencia y lealtad). Las menos guapas son el mejor airbag emocional que existe.
Cuando los grupos se atomizan (las parejas consolidadas los abandonan, la gente se muda, otros se pierden en el limbo de las cosas), la competición no desaparace, sino que se adapta a pequeñas camarillas mixtas de tres a cinco miembros, en los que hay una única rival a batir y apenas uno o dos espectadores masculinos. En estos casos, cuando apenas hay concursantes a los que optar y las menos guapas están menos dispuestas a quedar en segundo plano, los conflictos estallan con más facilidad, acelerando el proceso de disolución definitiva.
¿Dónde acaban las menos guapas? ¿Cómo reconocerlas una vez que la aceptación de su (irreal) desventaja física las conviertes en mujeres completas? Después de ver por última vez a su amiga guapa en la boda, la maternidad las coloca en la comunidad de las madres fértiles, el colectivo más prestigioso de todos por los que pasarán a lo largo de su vida. En el grupo de las madres fértiles el aspecto ya no es tan importante (para los maridos sí, pero eso ahora no toca), y sí la capacidad para improvisar soluciones sobre la marcha a la vez que se encaran retos constantes. Las menos guapas se pueden vengar entonces (a través de terceras) de sus antiguas amigas/rivales: convocar a su alrededor a una legión de madres inexpertas y/o influenciables que las admirarán y requeriran de ellas todo tipo de consejos. Es una variante mucho más gratificante de su papel de sensata entrañable y divertida que desempeñó cuando era más joven. Y sin embargo, no tendrán que haber trabajado ni conspirado para obtener semejante estatus: no han vivido para casarse y tener hijos sanos con el objetivo de alcanzar esa posición privilegiada; simplemente las circunstancias las han colocado en esa situación, su sentido común y su inteligencia han hecho el resto. ¡Bravo por las menos guapas!
Su mayor riesgo es acabar convertidas en una madre profesional. Cuando los hijos empiezan a ser autónomos, dan el salto a las redes sociales, y aun así la práctica totalidad de los contenidos que aportan tiene que ver con los hijos, las cosas que han hecho, hacen y harán. Se pasan el día clicando «Me gusta» y escribiendo «¡Guapa!» en las fotos y comentarios de las discípulas/amigas (algunas también han sido antiguas menos guapas) que han colocado en su órbita por trabajo o renovación generacional. Comparsas necesarias, sincera y adecuadamente valoradas y estimadas, pero sin comparación (eso lo saben) con el regimiento de fans masculinos que exhibieron y exhiben las guapas (las de ahora y las de entonces): compañeros de estudios, amigos, exnovios, colegas, compañeros de trabajo... Hombres agazapados (con su lista de deseos afilada y camuflada) a la espera de cualquier indicio que parezca indicar que hay vía libre. Triste destino, a veces, el del clan de las menos guapas...