Terapia del caminante o cómo el ejercicio nos hace bien

Por Siempreenmedio @Siempreblog

Ya sabemos lo bueno que es practicar un poco de ejercicio a diario. Dicen que treinta minutos de caminata intensa es suficiente para estar sano. Hay estudios que demuestran que dedicarle este tiempo todos los días podría disminuir en un veinte por ciento el número de muertos por enfermedades cardiovasculares. Seguro que es cierto, pero yo voy más allá. Afirmo que esta práctica también sirve para descargar la mente. De qué hablo cuando hablo de correr es un ensayo de Murakami en el que aborda todos los sentimientos que le produce realizar este ejercicio físico. Pues yo creo que alguien debería escribir, De qué hablo cuando hablo de caminar. Hace seis meses me quedé en paro y, aunque me costó, intenté aplicar la premisa de que siempre hay que buscar el lado bueno de las cosas. Desde hace cuatro estoy practicando ejercicio todos los días, tres veces a la semana asisto a unas maravillosas clases de mantenimiento, de las que ya hablé en este blog, y el resto de los días camino.

Casi siete kilómetros en una hora. Me siento como Forrest Gump, empiezo a andar y en cuanto cojo el ritmo, no me para ni el pupa. Todo tiene un proceso. Voy sola, no quiero que nadie me acompañe, es un tiempo para mí. Cuando me insinúan que les gustaría apuntarse o me preguntan a qué hora voy, les digo que a caminar salimos mi música y yo.

Mi música es fundamental. Caro Emerald me lleva acompañando los cuatro meses. Unas veces la escucho, otras la canto

(From the middle to the top to the end,

Ba dlu dla dla dladay,

Ba dlu dla dla dladay,

Back to the middle to the front to the end)

 y otras ni siquiera está ahí. Es fantástica porque ya me conoce como para saber cuándo debe estar conmigo y cuando quedarse en un segundo plano para permitirme oír mis pensamientos. Estos son de lo más variados. Pienso en los niños, en las cosas que tengo que hacer en casa, en lo que voy a hacer de comer (y me acuerdo de mi madre cuando decía: “No sé qué hacer de comer mañana” y yo no entendía por qué se preocupaba tanto por eso). Organizo mi día, analizo las acciones o las palabras de la gente que me rodea. Disfruto del paisaje (a veces saco fotos)  y del viento. Respiro y aprovecho ese aire que golpea mi cara y me traspasa para dejar atrás los malos rollos (espero que no se los quede el que viene caminando detrás de mí). Hasta se me ocurren historias, voy hilando palabras y van saliendo pequeños relatos casi sin darme cuenta, en ocasiones llegan conmigo a casa y otras se quedan por el camino. Todo esto antes de las diez de la mañana. Creo que no me equivoco cuando digo que estoy aplicando la terapia del caminante.