Historia de una pasión no es una película convencional al uso, pues impregnada de un desarrollo lento y minucioso del devenir de la poeta, hoy en día no es sólo incomprensible si no nos retrotraemos doscientos años atrás, sino que también, se deja llevar por la parsimonia más cercana al teatro que al cine. Sin embargo, con ello, nos permite descifrar ese afán de Terence Davies por mostrarnos una vida, la de Emily Dickinson, consagrada a la contemplación del mundo a través de su obra y su cada vez más agrio y aislado carácter. Esa similitud en el devenir de los años, apenas es interrumpida es una magnífica elipsis por parte del director cuando con un morphing de los personajes ante la cámara nos demuestra lo efímero de nuestro paso por el mundo, pues nuestra huella es plenamente abarcable en una múltiple composición de planos que apenas duran unos segundos. Contra esa finitud fue contra la que luchó Emily Dickinson con todas sus fuerzas hasta el final. Una fuerza que en sí misma, ya está presente al inicio de la película a través de uno de sus poemas: «Por cada instante de éxtasis/ tenemos que pagar una angustia/ en afilada y temblorosa proporción/ al éxtasis». Una exposición de ida y vuelta que, de una forma más poética, y quizá, no tan sobria, pudimos ver de la mano de Ana Pastor en la obra teatral La Bella de Amherst, donde la actriz da vida, en un largo e intenso monólogo, a la poetisa, describiendo con su interpretación un universo lleno de matices sin otra ayuda que la de su propia voz. Comparaciones aparte, hay que destacar el trabajo de Cynthia Nixon en el papel de una Emily Dickinson madura, pues nos transmite una gran fuerza con la mirada y esa manera suya de dirigirse y estar frente a los demás, en una especie de combate sin final del que sólo se apartará cuando la enfermedad acabe con ella a la temprana edad de cincuenta y seis años, pues sin duda, Historia de una pasión, es la historia de Emily Dickinson contra la oscuridad del universo.
Ángel Silvelo Gabriel