Thelma y Louise es todo eso y mucho más, porque por encima de todo, el Hombre con mayúsculas necesita ser libre. Libre en los sentimientos, en el amor, en su parcela de vida propia por muy pequeña que sea esta, en el pensamiento..., de ahí, que Thelma y Louise sea un salto al vacío en nombre de la LIBERTAD, a la que nada ni nadie somete a los seres humanos en lo más profundo de sus entrañas. Nacemos para ser libres, y a pesar de las múltiples cortapisas que la sociedad en la que nos desenvolvemos nos pone, algo falla cuando no somos capaces de crearnos un mínimo espacio donde sentirnos libres. La capacidad de esta película para hacernos reflexionar sobre esa última decisión de vivir y acabar la vida a nuestra manera, es un catálogo de cómo algo tan inofensivo como es la ilusión de pasar un fin de semana en una casa de las montañas, se convierte en una pesadilla donde la violencia machista, la violencia de las armas, y en definitiva, la violencia del hombre, es capaz de acabar con todo. Las ilusiones que recorren nuestros pensamientos devienen aquí en pesadillas, y ese último hálito de esperanza que todos tenemos guardado en lo más profundo de nuestro corazón, es reventado a golpe de puñetazos y de tiros de pistola. Todo está permitido en este valle de lágrimas, parece decirnos el guionista, y por encima de todo, la supervivencia a través del engaño.
No obstante, la gran revelación de la película es el retrato de dos mujeres que, en la más abyecta de las posiciones de la vida buscan la dignidad como personas por encima de todo. Esa huida de los falsos sueños, es una bofetada de lleno en la escala de falsos principios que tanto nos mueven en nuestros mediocres vidas. Arremeter contra todo y contra todos, para reencontrarnos a nosotros mismos, es la esencia más cercana a un grito desesperado de un nihilismo tan exacerbado, que solo un poeta en las profundidades de su locura puede llegar a entender. Sin embargo, qué mundo más miserable y oscuro sería aquel que no permitiera a un soñador cumplir su sueño. La vida es sueño, nos recordó en su momento Calderón, y ahí seguimos, imbuidos cuales Lazarillos que se engañan a sí mismos en su propia escuela de su no vida; una carrera en la que vale todo, excepto renunciar a nuestra propia libertad. No hay nada más esclarecedor, que el diálogo donde se nos recuerda esa frase mítica y fatídica que es: ¿Crees que son solo tus sueños los que no se han cumplido? Sí, porque son muchos, quizá demasiados, los sueños rotos que descansan en el fondo de nuestra memoria que solo requieren el momento adecuado para salir a la luz, aunque este sea a golpe de acelerador cuyo destino final sea un precipicio.
Ángel Silvelo Gabriel.