No obstante, El viejo Rivers es, además, el retrato minucioso de una persona encerrada en su propio caparazón, de tal forma, que no percibe que, su otrora brillantez o relevancia social, ha quedado denigrada a una mera caricatura de sí mismo. Una caricatura que Wolfe, como hace siempre con sus personajes, explota de una forma magistral a la hora de proporcionarnos ese mensaje de maldad y vileza que carga sobre su protagonista sin ningún tipo de miramientos ni posibilidad de redención. Podríamos decir también que, este anti Wolfe, dota a su personaje de características y habilidades animales, lo que de una forma sutil, o no tanto, le compara con comportamientos anti humanos, como cuando emplea el relincho de un caballo para referirse a su capacidad oral o cuando alude a su cornamenta caprina como símbolo de su denostada virilidad e insensibilidad hacia las mujeres. Por no hablar de ese bigote a lo chino mandarín con el que lo caricaturiza aún más. En este sentido, no nos cabe ninguna duda de la gran capacidad que el escritor norteamericano atesorabaa la hora de describir a los seres humanos ni su potente talento para retratarlos tanto por dentro como por fuera, y el viejo Sr. Rivers no es una excepción a todo ello. En este caso, Wolfe, sin duda, se regodea en su propio estilo, para igual que un pintor, dibujarnos con palabras el retrato de un editor que se mató a sí mismo.
Ángel Silvelo Gabriel.