Tiempos difíciles

Publicado el 14 septiembre 2020 por Claudia_paperblog

Millás dice que hay muchas personas que se mueren en vida, pero que fingen seguir vivas para que su entorno no se preocupe. 

Yo morí un 18 de junio después de tomarme unas cervezas con unos amigos. El caso es que mi entorno también vio que había muerto porque no hubo modo de fingir lo contrario. Bueno, ellos se creen que caí en un coma y me miraban preocupados, convencidos de que nunca saldría de él.  

Como casi no comía durante los primeros días, mi padre se pensaba que no sobreviviría y me miraba con tristeza, pero a la vez con decepción, sorprendido de haber engendrado un ser tan débil. Él siempre me había visto como una persona fuerte, pero supongo que no lo soy.  

Pasaron los días y me vieron reír y bromear, salir y contar anécdotas. Se pensaban que era capaz de olvidar. Aunque no conseguí ocultarles que había muerto (o entrado en coma), sí les hice creer que me había repuesto. Y ahora creen que estoy viva, pero la realidad es que estoy en una especie de letargo que no me deja vivir. Se creen que le hablan a una persona viva, pero solo se están dirigiendo a alguien que ya no existe. 

Me noto ausente. Ausente cuando visito a mi abuela y me pide que le ayude a preparar la maleta para irse al pueblo. Se quita la bata delante de mí para probarse esa camisa de manga corta blanca que nunca le he visto puesta. Y la veo tan obsesionada con encontrar una chaqueta beige que me hace sentir mal. La veo frágil, paseando de su habitación al cuarto de las dos camitas, rebuscando en los armarios, desnuda de cintura para abajo, con esas delgadas piernas asomando por debajo de la camisa, que le va algo larga. La tranquilizo, diciéndole que ya la encontraremos o que la mama ya vendrá a ayudarla al día siguiente, pero ella sigue inquieta, con la misma idea metida en la cabeza, la chaqueta debe aparecer. Y no me gusta verla tan atribulada. No me gusta verla tan mayor. 

Luego llego a casa y mi padre está arreglando la lavadora por segunda vez. Se ve que la primera vez ha colocado mal una goma y se ha salido. También le veo mayor, últimamente cada vez más. Le proponemos cenar primero y arreglar la lavadora después, pero él se empeña en hacerlo aunque sean las 10 de la noche. Le ayudo iluminando la zona con la linterna y manteniendo quieta una rueda en la que tiene que encajar la goma, que va muy justa, y al final lo conseguimos. De todos modos, me quedo preocupada. No es la primera vez que le veo tan agobiado, con una fijación que llega a ser enfermiza por un tema de poca importancia.

Otro día me cuenta que mientras conducía el camión, como había dormido poco, preocupado por el trabajo, casi le da un ataque o algo así, que notó una taquicardia muy intensa y lo pasó fatal.

Lo extrapolo a él, a ese agobio que le entra por el trabajo, por las responsabilidades, por los compromisos, por la vida. Cuando no sé si está enfadado, o triste o confundido, se frota la cara con las dos manos, se peina el pelo hacia atrás y parece que de un momento a otro se vaya a poner a llorar, pero aguanta y no lo hace. Y quizá eso es lo peor.

Vienen tiempos difíciles.