Comenzando ya por Platón y sin necesidad de compararlo con la visión conspiranoica actual de una Matrix cibernética de la cual nosotros seríamos simples proyecciones programáticas. La tentativa especulativa de un mundo de Ideas, más allá de este, en rigurosa oposición a este, o la supuesta cadena del Ser en Plotino que enlaza un mundo a otro a través de escalones consecutivos pertenecerían al amplio ejercicio de esta conspiranoia ontológica según la cual la naturaleza especulativa del hombre trataría de descubrir los fundamentos últimos de lo real.
Lo real es de hecho en sí mismo ya objeto y motivo de toda posible paranoia. Esta es nuestra tesis principal. Pero esto es sólo una parte del problema. La otra parte nos obliga a conceder que la paranoia aborta su carga peyorativa en la medida en que los contenidos sobre los que especula tienen cada vez más un cariz último, es decir, una intención basada en encontrar la estructura última de lo real. Aquí ya no se puede mantener más el término peyorativo de paranoia. Aquí la paranoia se ha convertido- es decir, ha pasado a constituir un ámbito ciertamente propio- en filosofía.
Lo que no la desliga completamente de lo paranoico. Toda especulación sobre el sentido total de lo real es paranoica u obedece a un riesgo de constituirse como paranoica, y esto es lo que podemos llamar la tirada de dados: el conspiranoico puede lanzar sus dados, y si acierta, es el lúcido descubridor de la verdad última; pero si falla, es el hombre más loco que quepa imaginar. Este riesgo fundamental es aplicable tanto a los paranoicos simples como a esos paranoicos refinados que llamamos filósofos. La cuestión debe plantearse desde este punto de vista: ¿Es la simple posibilidad de que la tirada falle la que debe anular, por principio, la legitimidad de la perspectiva conspiranoica? Dicho de otro modo, ¿La mera posibilidad del riesgo debe convertir en culpable al jugador? Nos enfrentamos ante un problema muy delicado. El énfasis en la perspectiva errada convierte al jugador brillante en un enfermo desahuciado. En nuestro problema, y por poner un ejemplo, la jugada desesperada del socialismo marxiano condujo al totalitarismo estalinista. El jugador de éxito se convierte en el perdedor arruinado, el profeta tomado por la verdad deviene el ideólogo del terror.
Que lo que se juega en este campo es una partida que no admite intermedios, es cosa clara y consecuencia necesaria. Si se gana, se gana todo; si se pierde, se pierde todo: la cordura, la vida… El mayor asalto de la razón puede devenir la mayor irracionalidad jamás forjada. El sistema hegeliano es una obra de arte racional en la medida en que describe la historia del Espíritu, pero una locura verdadera en la medida en que la realidad ha desmentido su enorme apuesta. Cuanto mayor es la apuesta, mayor es la caída. Y en la tirada de dados conspiranoica las ganancias y las pérdidas son siempre absolutas.
El conspiranoico ha tirado sus dados sobre una superficie que no está visible a los ojos de nadie. Es como el azar de la ruleta; los demás jugadores esperan con ansias el resultado de la jugada precisamente porque nadie es capaz de predecirlo. La impredecibilidad, pues, guía y forma el ambiente en el que se mueve el jugador. Esta impredecibilidad no es azarosa, pues no se refiere a un objeto en movimiento. Al referirse a los fundamentos últimos de lo real, se dirige justamente a lo más inmóvil de todo lo que existe. ¿O no? Sea como sea, esta última impredicibilidad no es menos azarosa que la que se juega en movimiento.