Qué lejano y anticuado queda el famoso monólogo teatral La voz humana (1930) de Cocteau, en el que por primera vez se explotaban las posibilidades dramáticas de las comunicaciones telefónicas. Con la movilidad esas mismas posibilidades se multiplican: la unidad de espacio ya no es una imposición técnica, ahora las llamadas se pueden atender desde un ataúd o desde un coche. La frontera dramática que queda por traspasar (que de hecho es una funcionalidad existente y operativa) es la simultaneidad: varias llamadas a la vez interrumpiéndose. Locke, de momento, se conforma con una secuencia de conversaciones únicas desde varias ubicaciones durante un viaje en coche. A ver cuánto tarda un cineasta en integrar la multillamada --o la videollamada simultánea, al estilo Alerta: misiles (1977) de Robert Aldrich-- en un desarrollo dramático o de suspense. Es estupendo que aún nos queden tantas cosas por ver, tantos retos que superar y tantas películas con las que disfrutar.
Normalmente me gusta ofrecer los detalles que ponen en marcha el argumento (a veces en exceso, lo admito) pero aquí no puedo ni debo porque son muy pocos. Basta con enumerar los ingredientes, como en una receta, y que luego cada cual saque sus conclusiones: viaje en coche, móvil con bluetooth, un solo ocupante y un montaje que sincroniza, más o menos, el tiempo de película con el de viaje. Un juego que me ha recordado mucho al imposible experimento literario de Todos los fuegos el fuego (1966), el relato de Julio Cortázar. Hasta aquí puedo escribir.
Lo que no voy a omitir son mis impresiones: en primer lugar, destacar el meritorio reto dramático Knight, aprisionando toda la historia en el habitáculo de un coche, con la ventaja de que no resulta tan claustrofóbico como en Enterrado; en segundo lugar, cómo el ritmo y la intercalación de llamadas encuentra rápidamente su propia cadencia, incluyendo algunas decisiones de Sophie por el camino (sin disyuntivas así este tipo de historias decaen enseguida), ni incurrir en excesos o giros insospechadamente inverosímiles. Tan sólo uno de los elementos dramáticos en juego desluce o encaja con dificultad (no diré cuál porque se detecta enseguida), pero está ahí debido a su inequívoca función: apuntalar la motivación del protagonista, la excusa que hace plausible la película.
No estamos ante el filme del año, pero su originalidad y su ritmo lo convierten en una opción muy recomendable. Creo que aguantaría incluso una revisión.