Serían las cinco y media de la tarde. La taberna del Jeremía era un hervidero de voces. «Tute» por un lado, «ese garbanzo es mío», por otro. Y tacos, muchos tacos, que aquello no es Bamby, para qué nos vamos a engañar. Y en estas que entra el Matías con un hombre al que nunca hasta entonces habíamos visto.
-Mi primo Augusto. Aquí, la parentela con la que me junto toda la tarde. Donde lo veis, un hacha en el dominó.
Lo saludamos con efusividad y lo invitamos a sentarse en la mesa con nosotros. Estábamos a punto de iniciar una nueva partida y porqué no, nos podía venir bien un nuevo compañero. El Matías, de pie, quería ver la partida junto a su primo, así que se colocó tras él para asesorarlo y darle las pautas convenientes si es que las necesitaba. Total, que la partida comenzó y no sé si el tipo lo hizo para desconcentrarme o qué, pero como yo tenía el móvil con la funda sobre la mesa la pregunta me descolocó.
-¿El móvil?
-No, la funda.
-Para protegerlo. Por si se cae.
-Valiente tontería…
El tipo colocó el seis doble en la mesa con una mala leche que para qué queríamos más. Dos movimientos más, y erre que erre, volvió a la carga.
-Y lo tendrás asegurado también.
-Claro, faltaría más –respondí yo, ya algo harto de la situación.
-Valiente gilipoyez…
Y ahí reventé. No lo pude evitar.
-Asegurar el móvil no es ninguna tontería.
-Vaya que no…
La siguiente ficha que colocó Augusto, el primo del Matías, hizo temblar el tapete, la mesa y el alma de alguno de los que asistían como espectadores a la partida; rezumaba mala baba a más no poder.
-¿Cuánto pagas?
-60 euros al año, con todo tipo de coberturas y sin franquicias. Y el seguro desde el primer día, sin franquicias ni nada parecido.
-¿Y la empresa es fiable? Porque he oído de timos al respecto que dan gusto…
-Está respaldado por el grupo Caser. ¿Te parece poco?
El otro empezaba a poner cara de interesante cuando, para sorpresa de todos y la suya propia, cerré la partida.
-¡¡¡Gané!!
Reconozco que estallé de rabia y júbilo contra aquel tipo. Arisco como pocos y peor encarado, derrotarlo me supo a gloria. Pero mejor aún lo que ocurrió a continuación, pues el tipo me miró fijamente, luego lanzó una mirada a la barra de la taberna y con voz potente y segura decidió invitarme:
-¿Hace una gorda?
Asentí, y en menos de lo que dura un suspiro estábamos los dos solos delante del Jeremías. Y entonces el Augusto se sinceró conmigo. Había tenido malas experiencias con alguna que otra aseguradora y vino por consejo de su primo, el Matías. Pronto las risas doblegaron su fiero rostro y tras esa y otra cerveza regresamos al tapete dispuestos a enfrascarnos en otra partida. Y él con el teléfono de TeLoGarantizo en el bolsillo. «Para la siguiente, por si me hace falta. Me gusta mucho la seriedad».
Por cierto, de las cuatro partidas que jugamos a continuación, ambos ganamos dos cada uno. ¡Qué cosas!
Para todo lo demás, TeLoGarantizo.