La historia arranca con un suceso que podría llenar toda la película (aunque con un desarrollo dramático muy diferente): todos los alumnos de una clase de primaria excepto uno desaparecen sin dejar rastro una noche a la misma hora. A partir de ahí la gente entra en modo monomaníaco señalando sin pruebas a la profesora y dando por hecho que la investigación no avanza porque se está ocultando un horror mayor. Hasta que se produce un primer cambio de punto de vista que, aparte de revelar el esquema narrativo de la película, pone patas arriba todo lo anterior. Y así hasta el final: Cregger se las apaña para que cada cambio de perspectiva modifique el significado de escenas clave y proponga una vuelta de tuerca cada vez más inquietante. Y sí, también más exagerada y absurda, pero sin echar a perder el tono perturbador e inquietante del comienzo.
Un filme que es pura diversión, pero también de una complejidad incremental que lo hace muy interesante. De paso, se permite soltar unas cuantas cargas de profundidad contra esa ridícula autocomplacencia de las cada vez más cerradas comunidades blancas de clase media en EE UU, amenazadas por la tontuna patética de la ideología MAGA y antiwoke, la misma que huye de lo nuevo como de la peste. Weapons (La hora de la desaparición) combina con habilidad el reto del mejor cine de entretenimiento: tras una superficialidad inocua se las apaña para conectar un terror disparatado con temores bastante más reales...