Torear el arte

Por Lucasospina

El Manifiesto por la fiesta brava, escrito por Antonio Caballero, Alfredo Molano et al., adherido por muchos (incluido el Maestro Botero) y difundido con entusiasmo por la Federación Nacional de Ganaderos, plantea un dilema leído a la luz de la palabra “arte”.
El “arte” aparece tres veces en el texto. Las dos primeras menciones parafrasean los usos del diccionario; si Caballero, Molano et al. escriben que las normas de la tauromaquia “al ser observadas permiten que el juego del toreo se transforme en arte”, la voz consensuada de la lengua dirá que el arte es “actividad humana hecha con esmero y dedicación”. Si Caballero, Molano et al. dicen que el toreo es un “arte específico que contiene los ideales de la cultura hispánica: el sentido trágico y heroico de la vida”, pletórico de enciclopedismo el diccionario dirá que “el arte es un componente de la cultura que refleja en su concepción los sustratos económicos y sociales, y la transmisión de ideas y valores, inherentes a cualquier sociedad a lo largo del espacio y el tiempo.” Nada nuevo.
Es en la tercera mención de “arte” donde hay espacio para el acuerdo y el disenso. Dicen los manifestantes: “El toreo es así una gran metáfora sobre la vida y la muerte. Como todo arte, el del toreo no es comprendido por todo el mundo. Pero esa no es una razón para atacarlo y pretender prohibirlo con el argumento de que es cruel, detrás del cual se esconde el simple afán de prohibir los gustos y aficiones de los demás.”
Son usos acordes a “arte” los del toreo como “gran metáfora”, como acto que demanda comprensión, y que genera gusto y afición. El problema es la simpleza con que los manifestantes despachan “el argumento de que es cruel” bajo el artilugio de la tauromaquia como figura metafórica incomprendida.
Hay mucho de arte en la tauromaquia: el arte taurino es legible en su arquitectura, sus imágenes y en la cadencia efímera del baile entre animal y hombre. Pero a medida que transcurre una corrida lo literal se impone sobre lo metafórico, gradualmente pasa de la representación a la presentación: al toro se lo puya y se lo pica, y en la “suerte suprema”, sin metáforas,  el torero convertido en matador busca llegar con su espada al corazón del animal, y si no lo consigue le clava un estoque y corta la médula, y si el animal cae pero sigue vivo un mozo lo remata con una puntilla.
“Al toro por las astas y al hombre por la palabra”. Caballero y Molano tal vez comprenden algo que no todo el mundo entiende (incluido un sector chicanero de la asidua afición taurina). Tal vez estos dos artistas, el uno de la caricatura y el otro de la crónica, saben de los alcances y límites de la representación política y estética. Este par de escépticos se encuentran irremediablemente atraídos por este rito del país feudal, un estado de excepción que juega a lo divino y decide con violencia sobre la vida. Habría que pedirles que usen pero no abusen de la palabra “arte”, incluso que no intenten justificar lo injustificable con retórica: el “arte” no sirve para justificar, pero sobre todo, por encima de todas las cosas, no debe justificarse. “Ciertos son los toros”.
Publicado en Revista Arcadia #77