En la mitología griega, Narciso era un joven muy hermoso; tanto, que todas las ninfas se enamoraban de él. Pero él las rechazaba a todas... hasta que conoció a alguien de quien no pudo evitar enamorarse: a sí mismo.
Pero... ¿cómo es Narciso?
Narciso se siente superior al resto de la gente.Necesita destacar, resaltar constantemente sus logros, competir y por supuesto ganar.
No para de decir lo perfecto que es, de darse importancia ¿Los demás? Para él los demás son insignificantes. Narciso es especial, único, por ello se merece estar entre los mejores, moverse con personas de alto “standing”.
Narciso no soporta las críticas: “¿qué sabrán los otros? ¿cómo se atreven a criticarrme si no tienen ni idea?”
Narciso está obsesionado con el éxito, con el poder, con la belleza.Necesita admiración constante… o mejor dicho: no la necesita ¡se la “merece”!
Lo que, por cierto, no le impide ser envidioso.Sí, envidioso… ¿Cómo puede ser? ¿Envidiar a los demás, él, que lo tiene todo?Todo… sí, pero no: Narciso se cree perfecto pero nunca tiene bastante de manera que sí, Narciso también puede ser envidioso y piensa que eso que tiene el otro en realidad él lo merece más.
Para Narciso los únicos problemas importantes son los suyos, de manera que lo prioritario es siempre resolver aquello que a él le conviene.
Los verdaderos problemas de Narciso
El mito de Narciso da nombre a una serie de rasgos de personalidad, el narcisismo.Pero el narcisismo también puede convertirse en una patología en la medida en que la persona que la padece puede, en primer lugar, llegar a sobreestimar sus habilidades, asumiendo demasiados riesgos, viviendo por encima de sus posibilidades.
En segundo lugar, el narcisista tiene una enorme necesidad de autoafirmarse. Necesita sentirse admirado, incluso envidiado, por eso siempre quiere más.
En tercer lugar, como consecuencia de lo anterior, tiene graves dificultades para relacionarse socialmente, precisamente a causa de su egoísmo y su falta de consideración hacia los otros: ¡nadie aguanta a Narciso!
En primer lugar, no concedamos demasiada importancia a todas esas maravillas que cuenta sobre sí mismo. No entremos en su juego. No entremos al trapo de las envidias que a él no le dejan vivir, o tampoco nos dejarán vivir a nosotros.
En segundo lugar, por supuesto no nos sintamos despreciados por no estar a la altura de lo que él considera éxito.
La valía de una persona no depende de la riqueza o del “brillo social”
Para ser feliz no es necesario ir de safari a Kenia, tener un adosado en Marbella y otro en una conocida estación de esquí, ni gastarse miles de euros en botellas de vino o en restaurantes de lujo…¡Es tan fácil arder en esa hoguera de vanidades!