Los trastornos de personalidad constituyen un área de la psicopatología y la psicoterapia apasionante y relativamente moderna.
No es clara la distinción entre una personalidad normal y una patológica pero podríamos conformarnos con el criterio de interferencia en la vida cotidiana.
Cuando en nuestro entorno se hablaba hace veinte o treinta años de personas extrañas, especiales, raras, peligrosas o "balas perdidas" nos referíamos a personas que mostraban un patrón diferente o conflictivo en su manera de ser, de sentir y de hacer. Resultaba una forma demasiado popular de acercarse a estas personas que, por otro lado, representan un grupo enormemente heterogéneo que sufre aunque a veces no lo parezca y genera mucho sufrimiento a su alrededor.
Las investigaciones indican que del 30 al 50% de los pacientes ambulatorios presentan un trastorno de personalidad (Koenigsberg et al., 1985). El 15% de los pacientes ingresados lo hacen por problemas derivados directamente de un trastorno de personalidad y casi el 50% de los restantes presenta un trastorno de personalidad comórbido, es decir, además de otro trastorno mental (Loranger, 1990).
Estos datos hablan del importante impacto que la atención a los trastornos de personalidad tiene en el sistema de salud. Presentar un trastorno de personalidad añadido a otro trastorno mental empeora el pronóstico y complica el tratamiento. Están muy asociados a problemas derivados del consumo de sustancias, circunstancia por la que muchos de ellos consultan a la red asistencial o ingresan. Por ello es importantísimo el diagnóstico clínico.
Hay tres grupos de trastornos de personalidad:
En el primero ( extraños o excéntricos) está el trastorno paranoide de la personalidad (caracterizado por la desconfianza y la suspicacia a lo largo del tiempo), el esquizoide ( ausencia de placer en la relación con los demás) y el esquizotípico (comportamiento extraño, pensamiento divergente y emociones independientes del entorno).
En el segundo ( teatrales, volubles o impulsivos) está el trastorno antisocial de la personalidad (desconsiderados, explotadores y socialmente irresponsables), el límite (inestabilidad en la autoimagen, en las relaciones, en las emociones), el histriónico (teatralidad, exageración, labilidad, superficialidad, actitud seductora) y el narcisista (conquistadores, ambiciosos, se sienten extraordinarios y esperan ser tratados siempre bien, les afectan las críticas).
En el tercero (ansiosos, temerosos) está el evitativo (temor al rechazo o a la humillación por parte de los demás), el dependiente (necesidad de otras personas para obtener consejo y refuerzo, dificultad para expresar desacuerdo y para estar solos) y el obsesivo-compulsivo (detallismo, normas, orden, perfeccionismo, dedicación excesiva al trabajo, rigidez, obstinación).