En este drama de odios y heridas destacan tanto el reparto coral (magníficos todos ellos) como los magníficos diálogos de los personajes, aunque en ocasiones pequen de estar demasiado elaborados, lo que no es óbice para que en la mayoría de las veces funcionen a la perfección, pues no en vano el director es también dramaturgo y eso se nota, desde la concepción de la trama de la historia hasta su desenvolvimiento, pasando por los encuadres de las cámaras y la elección de algunas escenas que nos hacen sentir que estamos cerca de un obra dramática teatralizada y de una película de autor que intenta dejar su sello personal y alejarse de los estrictamente comercial. A todo ello, McDonagh lo envuelve con un majestuoso entorno de árboles y montañas de verdes intensos que hacen el papel de un personaje más, pues son el perfecto contraste entre, la solemnidad de una naturaleza que asiste con gravedad y silencio a aquello que se desarrolla sobre su piel, y las disputas de los hombres y mujeres de la pequeña localidad a los que da cobijo.
Martin McDonagh en Tres anuncios en las afueras ha querido mostrarnos que la ira sólo engendra más ira, como dice uno de los personajes del film, pero también, le ha querido dar una vuelta de tuerca a ese sinsentido en el que nos desenvolvemos, para hacernos ver lo equivocados que estamos, pues nos comportamos como autómatas que no conocen la cualidad de la empatía. Esa falta de diálogo, sin embargo, es resuelta de una manera magistral por el director angloirlandés, pues igual que al soltar un muelle éste regresa a su posición natural, los personajes de esta película regresan a ese punto de partida en el que todavía no estaban prisioneros en sus propias jaulas, por mucho que se encuentren perdidos en Ebbing, Misuri, un lugar propicio para tomarse la justicia por su mano como hace una memorable Frances MacDormand ante la ausencia de respuestas convincentes por parte de la policía local. En este sentido, McDonagh juega con nosotros al plantearnos desde el inicio que, situaciones aparentemente exentas de violencia, pueden llevarnos hasta la perversa y, en su caso, tragicómica postura de una ira que no conoce más límite que el de la muerte. No obstante, los muertos de la película son otros, a pesar de la violencia que exhalan muchas de sus escenas, porque, en el fondo, el ser humano necesita del otro y de su empatía ante el dolor, la pérdida y la ausencia por muy atrapados que estén, como en esta película, en un pueblo de mala muerte de Misuri.
Ángel Silvelo Gabriel.