(Ni tú ni yo. No hablo ni de ti ni de mí. O sí. No te tomes esto como algo personal.)
Comer compulsivamente. Uno de los temas más tratados en este blog. Uno de los síntomas, que no enfermedad, que cada vez afecta a más personas. ¿No enfermedad? ¿Síntoma? Por supuesto. Como ocurre para la mayoría de etiquetas de enfermedad que en realidad no son enfermedad, comer compulsivamente y todo lo que implica no son más que señales, consecuencias, síntomas de que algo más profundo no va bien.
Siguen llegándome emails casi a diario y gente visitándome con las mismas preguntas. Todas estas personas ya se han dado cuenta, ya son conscientes de su compulsión, más o menos intensa, frente a la comida o a algún tipo de comida en especial. Incluso algunos que ya han hecho cierto trabajo introspectivo, de auto-observación también son capaces de reconocer en qué momentos o situaciones aparece la compulsión y la reacción en cadena que se pone en marcha después, fuera de control. Y todavía más, otros muchos sospechan el origen familiar, cultural y social de todo este jaleo.
Todo esto está muy bien. Observar. Reconocer. Ser consciente.
Y luego, ¿qué?
Ahí es donde aparecen las preguntas sin respuesta.
Hace unos nueve meses que publiqué “Cómo dejar de comer compulsivamente (en la era de la insatisfacción permanente, el deseo de placer inmediato, el estrés crónico y la comida abundante)“. Allí explico al detalle qué puede estar ocurriendo y qué se puede hacer con ello.
Y es esa segunda parte, qué hacer, la verdadera protagonista, la respuesta a todas esas preguntas que se repiten día tras día en el comedor compulsivo consciente pero… estático.
La hora de observar, reconocer patrones, darse cuenta de ciertas conductas ya ha terminado. Ha podido parecer duro, más que nada porque uno ya debe empezar a aceptar cierta responsabilidad.
Pero la parte más difícil, la que requerirá de más esfuerzo todavía no ha empezado. De ahí que no hagamos más que postergarla, procrastinar que dicen algunos. Además de comedores compulsivos, por naturaleza también somos bastante perezosos, gracias a la ley biológica del mínimo esfuerzo, de la conservación de energía.
Ahora ya no hay respuestas teóricas, sino prácticas.
Es el momento de cambiar, de pasar a la acción, de salir del laberinto de preguntas para empezar no a encontrar respuestas, sino a generarlas, de hacer algo más que observar, reconocer, ser consciente.
Y si el mismo hecho de cambiar, eso que nos cuesta tanto, suele requerir de muchísimo esfuerzo, todavía lo es más cuando debemos hacerlo en tres frentes. ¿Tres frentes? Siempre insisto en lo mismo. Aquí no existen los milagros.
La vida de quien tiende a comer compulsivamente, sin ser necesariamente un etiquetado como “comedor compulsivo”, necesita cambios a tres niveles:
1. A nivel dietético-fisiológico
Qué, cómo, cuánto y cuándo comemos ejerce una influencia directa sobre la compulsión por la comida. El placer y la saciedad, dos sensaciones que juegan un papel primordial en nuestra necesidad impulsiva por comer, se engendran en procesos neurológicos y hormonales que guardan una relación muy estrecha con nuestra dieta. El azúcar y los “alimentos” procesados especialmente palatables –sabrosos, atractivos para nuestro paladar–, así como comer a todas horas, interfieren negativamente en las sensaciones de placer y saciedad.
2. A nivel emocional
Ciertos estados emocionales, tanto “positivos” como “negativos” –si es que se pueden catalogar de esta forma–, también generan compulsión e inconsciencia frente a la comida. Por norma general, la desmotivación, la soledad, el aburrimiento, la ansiedad, etc. suelen desencadenar el descontrol. Pero a veces la euforia también puede hacerlo. Probablemente no es cuestión de la positividad o negatividad del momento emocional, sino de la intensidad de la emoción, que suele nublar el juicio o el estado de conciencia. Sea como sea, si no se detectan y trabajan los estados emocionales que dan pie al impulso instintivo de comer, y que consecuentemente también alteran las sensaciones de placer y saciedad, no hay nada que hacer para salir de la trampa de la compulsión al comer.
3. A nivel mental/social/cultural
Tanto la forma que tenemos de comunicarnos con nosotros mismos –el pensamiento, la vocecita que nos habla constantemente–, aprendida a lo largo de los años a través de nuestra educación y cultura, como las costumbres y conductas grupales de nuestra sociedad de la insatisfacción, acumulación, exceso y placer desmesurado, no son de gran ayuda para salir del laberinto compulsivo.
Del mismo modo que ocurre cuando uno pretende practicar la felicidad –tomar la decisión de ser feliz–, si uno quiere dejar de comer compulsivamente va a tener que poner mucho coraje de su parte y estar listo para sentirse solo –más allá del apoyo familiar y profesional con el que pueda contar– y ser “diferente”. Comer compulsivamente, inconscientemente es un problema tan común, mayoritario, que dejar de hacerlo suele significar vivir a contracorriente.
Espero que este post anime, motive y ayude a muchas personas a dejar de observar y sufrir la parálisis por análisis, para de una vez por todas empezar a hacer cambios de verdad.
Más información acerca de estos tres niveles de cambio está detallada en mi libro/guía.
¡Ánimo y a trabajar!
Esto es sólo mi opinión, que cambia constantemente. No me creas. Crea la tuya.
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