Tricotilomanía y onicofagia

Por Pedsocial @Pedsocial

Cuando estudiaba 1º de medicina, hacia la primavera, de repente una compañera alumna en un descanso entre clases se desprendió de una hermosa peluca peliroja con un cardado elevado como era moda en la época, y apareció con la cabeza monda y lironda como una rodilla. Con 18 o 19 años y guapa, la impresión fue notable. Y agradable. Y no, no estaba en tratamiento con quimioterápicos ni padecía una alopecia areata universalis. Nos explicó lo que le pasaba: tricotilomanía (CIE-10: F63-3). Ahí aprendí la palabreja.

Hasta 1983, según no dice el artículo enlazado con el diagnóstico, no tuvo reconocimiento formal, o sea unos buenos 23 años después. A veces la ciencia no adelanta, y eso es una barbaridad, podría decir en este caso Don Hilarión, el boticario de “La verbena de la Paloma” a sus colegas.

La costumbre obsesiva de tirarse del pelo conduce a la pérdida de folículos pilosos y la alopecia es menos común que lo de comerse las uñas: onicofagia (CIE-10: F98.8).

Ambas forman parte de los trastornos obsesivos-compulsivos frecuentes en la infancia y, sobre todo, la adolescencia, con notable repercusión en la vida de relación, de repercusión social en una sociedad como la occidental en la que el aspecto externo, consagrado en la cosmética, tiene tanta importancia. Igualmente pueden considerarse como indicadores obvios de otras dificultades en comportamientos y actitudes, aunque mayoritariamente sean síntomas aislados.

Teniendo en cuenta que los apéndices córneos como el pelo y las uñas cumple una función de protección, bien que en fase de regresión en el género humano, una interpretación más o menos psicoanalítica conduce a convertir trocotilomanía y onicofagia en indicadores de vulnerabilidad, de desprenderse de tal protección. Asimismo se pueden relacionar con conductas de automutilación.

Conviene recordar que mientras que la pérdida de pelo no parece tener consecuencia más allá de las locales sobre el cuero cabelludo, la onicofagia es determinante de caries dental y lesiones graves de la dentadura con efectos a largo plazo.

El tratamiento de ambos problemas requiere actuaciones a la vez precoces y enérgicas porque de los que se trata es de evitar su perpetuación, su cronificación. Y cuanto más pronto se detecte más fácil será controlarlo. Las medidas disuasorias, la reversión de hábitos y la terapia cognitivo-conductual y, ocasionalmente, algunos fármacos como los antidepresivos triciclicos, pueden tener su utilidad en diferentes momentos evolutivos de estos problemas.

En cualquier caso, no son cuestiones superficiales, que los pediatras están obligados a considerar y llevar a las familias la idea de que pueden tener remedio pronto y no dejarlo correr. A la larga serán los niños los que lo agradecerán.

X. Allué (Editor)