Trust, de David Schwimmer (2011)

Publicado el 17 julio 2011 por Babel

Observando el Cine desde el punto de vista puramente industrial, la diferencia principal entre un telefilm y un largometraje es que en el caso del primero estaríamos hablando de un producto diseñado para emitirse exclusivamente por televisión. Al telefilme se le presupone un presupuesto menor, protagonistas menos conocidos, escenarios y decoración más rudimentaria y un acabado menos artístico. Aunque muchas veces la televisión mezcla en horario vespertino películas expresamente filmadas para el medio con títulos que en determinado momento pasaron por la cartelera cinematográfica, el resultado no es sustancialmente distinto, pues sea como sea, suelen lograr el objetivo de que el espectador recién comido eche la cabezadita de rigor sin demasiado rubor tan pronto como la trama ha sido presentada. Desde este punto de vista, la televisión cumple como servicio público a la hora de contribuir a conciliar el sueño de medio país cada fin de semana; objetivo que difícilmente lograría si les diera por emitir la versión en DVD de determinadas obras maestras cinematográficas. Aceptando pulpo como animal de compañía, el problema surge cuando pagamos una entrada de cine para ver un largometraje y nos ofrecen a cambio un producto cuya calidad y trama no dista demasiado de cualquier dramón de sobremesa, porque en este caso la sensación de engaño, de pura estafa a la que nos  vemos sometidos genera el lógico cabreo y en consecuencia aquello de si lo sé me la bajo de internet y me ahorro una pasta. Si han llegado hasta aquí con la lectura, tomen esta parrafada como mera advertencia para cuando se estrene Trust, un drama norteamericano que he tenido oportunidad de ver este fin de semana, de los que están moviendo conciencias y bolsillos al otro lado del Atlántico y que presumiblemente llegará por nuestros pagos el próximo otoño. En una línea dramática que evoca por momentos a Yo, Cristina F, aunque cinematográficamente mucho más de andar por casa, el actor y productor David Schwimmer, que para quienes no le conozcan interpretaba a Ross en la serie televisiva Friends, dirige ahora este thriller dramático sobre los peligros que acechan en internet, las redes sociales, el incómodo tema de los pederastas, la seguridad de los menores y las consecuencias muchas veces irreversibles que puede tener la falta de educación y protección por parte de los padres.

Annie tiene 14 años y es la típica adolescente preocupada por sus cosas, sus estudios, lograr ser la más popular y que la admitan en el equipo de vóley del instituto. Gracias al mac que sus padres le compran por su cumpleaños, logra entablar una relación más profunda con un hombre a través del chat para adolescentes y comienza a separarse de su vida perfecta, su familia y sus amigos. Este aislamiento permite que la táctica depredadora de Charlie se afiance, haciéndole sentir, a pesar de la diferencia de edad, que son almas gemelas. Con el paso del tiempo, a Charlie no le cuesta demasiado quedar en un centro comercial y coaccionar a la muchacha para acabar con ella en la habitación de un motel donde graba el encuentro, desapareciendo después y dejando a Annie confundida y triste. La confidencia que hace la joven a su mejor amiga advierte a un profesor en la escuela, y la violación acaba convirtiéndose en chisme de instituto y en caso para el FBI. A pesar de todo, cuando la policía y sus padres tratan de apoyarla, Annie no se siente en un primer momento víctima. Solo reconoce haber sido engañada respecto a la edad por parte de Charlie. Al fin y al cabo no entiende porqué es tan ilícito para los adultos, cuando además la mayoría de sus compañeros afirman haber tenido ya sus primeras relaciones sexuales, aunque en su caso la experiencia no haya sido todo lo idílica que ella hubiese imaginado. Poco a poco le van haciendo comprender que efectivamente fue víctima de un violador de menores de guante blanco que ha hecho lo mismo con muchas otras como ella, lo que conduce a la chica a un estado de depresión autodestructiva que afectará a toda la familia. Por otra parte, la lógica reacción del padre, empeñado en la búsqueda de venganza, evade enfrentar el problema con su hija, quien por otra parte le rechaza continuamente.

Si bien las interpretaciones están bastante logradas, la narración de la película es absolutamente lineal, apelando en todo momento al lado más sensible del espectador sin ofrecer a cambio una calidad narrativa, de imagen o montaje que destaque por encima de cualquier producción televisiva. El interés del film reside en que puede dar pie al debate pedagógico sobre su contenido. Por un lado, la yuxtaposición entre Annie siendo cortejada en línea por un cuarentón y la carrerea de su padre como ejecutivo de finanzas, rodeado -como requiere el marketing- de modelos para anuncios publicitarios dirigidos a sectores con poder adquisitivo suficiente en los que se utiliza a la mujer como mero objeto de atracción sexual. Todo ello mientras trata de educar a su hija en la autoestima y la confianza, en que ha de hacerse valer por lo que es y no por su físico o su supuesta popularidad. Una llamada de atención más que interesante sobre la hipocresía y el efecto dominó en nuestra cultura, promotora de diversas actitudes inconscientes que subyacen respecto a las mujeres y la sexualidad. Por otro, el tema de cómo se mueven los asuntos afectivos entre los más jóvenes en internet puede resultar interesante para padres y educadores en cuanto a nuestra comprensión sobre las posibilidades y peligros que ofrecen las relaciones en las emergentes y cada vez más numerosas redes sociales. En este sentido, echarle un vistazo con nuestros hijos adolescentes puede fomentar un debate que contribuya a la educación y la no siempre fácil protección más allá de un simple no hables ni des datos personales a desconocidos.