Cada vez que inspiro y quiero llevar el aire a los pulmones, tengo un deja vu.
Salgo de la boca del metro y estamos altos, se ve más el cielo en el barrio de los ricos. La luna una franja finísima como a mí me gusta. El horizonte anaranjado y añil por igual. Luego la ciudad a mis pies, de noche, el meteorito que interrumpe nuestro beso. El verano en mi ciudad se cuela por debajo de mi falda.
Hace calor, pero aun así me abraza. Por la mañana, su piel ya no está caliente, sino fresquita, y me arrimo más a su cuerpo. Me deja fascinada su armario blanco pintado con rotulador negro. Ego redibo tu nunquam. El reloj podrá volver siempre que quiera a ese mismo lugar, nosotros nunca más. Y escribe poesía, en catalán, claro. Es muy metódico, pero a la vez muy creativo. Descifro varios de los dibujos, la montaña, los libros, la historia, la música. No entiendo las matemáticas ni el gancho de escalar.
Por la noche, ya de vuelta a casa, pienso en J. y en que al principio follaba un poco como él, no demasiado bien. Ahora follará a la otra como a mí, le tapará los ojos y le prohibirá mirar.
Luego pienso que no quiero esta situación, que no sé en qué punto está él, que no me ha preguntado tanto en realidad, que no sabe que me gusta el yoga y que se me da bien el slackline, que hablo alemán y francés, que tengo dos hermanos, que me leo quince libros al año, que ahora hago más locuras porque de joven no las cometí, que tengo más de 200 notas del móvil, que también escribo aunque no sea poesía.