El jueves, Susanita estaba invitada al cumpleaños de una niña de su clase. El cumple era en un sitio de bolas enorme, con varias áreas de juego, cañones de pelotas de foam y una discoteca infantil. El Terro se moría de envidia. - ¿Y yo no puedo ir? - me preguntaba, quejumbroso. - No, no estás invitado, cariño - respondía yo, firme como una roca. - ¿Y si la madre de Nuria me dice que puedo quedarme? - No te lo va a decir y no se lo vas a preguntar - especifico - Es un sitio caro y ya tiene muchos invitados. - Pero...¿y si me lo dice? - Si te lo dice, no te quedas, Terro. Y punto. No me hagas pasar apuros. Él asintió, con cara pensativa. La experiencia de siete años debería haberme hecho pensar que había sido una victoria demasiado fácil, pero mi sentido arácnido no se activó esta vez. Llegamos al cumpleaños. Susanita entró, feliz. - ¿Tú no quieres quedarte, cariño? - le pregunta la madre de Nuria al Terro. Él me mira poniendo ojitos de gatito de Schreck, pero yo me saco un as de la manga. - No, no, qué va, te lo agradezco, pero, además, es que no he traído calcetines para él. - Pero yo sí - contesta el Terro, sacando del bolsillo de su pantalón un par de calcetines bien dobladitos. Desarmada por mi propio hijo. Ahora entiendo cómo debió sentirse César cuando vio a Brutus en aquella escalera...
El jueves, Susanita estaba invitada al cumpleaños de una niña de su clase. El cumple era en un sitio de bolas enorme, con varias áreas de juego, cañones de pelotas de foam y una discoteca infantil. El Terro se moría de envidia. - ¿Y yo no puedo ir? - me preguntaba, quejumbroso. - No, no estás invitado, cariño - respondía yo, firme como una roca. - ¿Y si la madre de Nuria me dice que puedo quedarme? - No te lo va a decir y no se lo vas a preguntar - especifico - Es un sitio caro y ya tiene muchos invitados. - Pero...¿y si me lo dice? - Si te lo dice, no te quedas, Terro. Y punto. No me hagas pasar apuros. Él asintió, con cara pensativa. La experiencia de siete años debería haberme hecho pensar que había sido una victoria demasiado fácil, pero mi sentido arácnido no se activó esta vez. Llegamos al cumpleaños. Susanita entró, feliz. - ¿Tú no quieres quedarte, cariño? - le pregunta la madre de Nuria al Terro. Él me mira poniendo ojitos de gatito de Schreck, pero yo me saco un as de la manga. - No, no, qué va, te lo agradezco, pero, además, es que no he traído calcetines para él. - Pero yo sí - contesta el Terro, sacando del bolsillo de su pantalón un par de calcetines bien dobladitos. Desarmada por mi propio hijo. Ahora entiendo cómo debió sentirse César cuando vio a Brutus en aquella escalera...