(Agencias). Se han descubierto las razones últimas de la existencia de las novelas-errata de Javi (Leñazo) Marías: la primera hipótesis de la NASA es que, como no sabe corregir pruebas de imprenta, toda su escritura consiste en una sucesión de erratas provocadas, a su vez, por un cajista ebrio. El segundo equipo, formado por facultativos del Hospital Vall de Hebrón de Barcelona, sugiere, por el contrario, que el eximio Don Javier escribe sus bestsellerías empleando un programa informático que genera textos aleatorios sin tema ni rumbo narrativo preciso. Esto explicaría que sus lectores más entusiastas se vean transportados a un mundo irreal por un autor al que consideran un demiurgo, un mago, un dios, porque maneja un lenguaje ignoto y describe cosas que no existen fuera de su imaginación y de sus libros. Sin embargo, obra contra esta tesis el hecho de que nuestro novelista más ilustre no sabe utilizar ordenador alguno y mucho menos podría manipular un programa tan especializado.
El Sr. Javier Cuatrilogías, según otros estudiosos del fenómeno, está aquejado de una grave dolencia bien descrita ya por el Dr. Schopenhauer en su Arte del buen vivir:
Debe recordarse que todo sufrimiento, toda incomodidad, todo desorden en cualquier parte del cuerpo afecta al espíritu. Para penetrarse de esta verdad, hay que leer a Cabanis Des rapports du phisique et du moral de l’homme. Por haberse negado a seguir ese consejo, muchos espíritus nobles y muchos grandes sabios han padecido en su vejez de imbecilidad, volviendo a una nueva infancia y llegando hasta la locura. Sí, por ejemplo, algunos célebres poetas ingleses de nuestro siglo, como Walter Scott, Wordsworth, Southey y muchos otros, llegados a la vejez y aun desde los sesenta años, se han hecho intelectualmente obtusos e impotentes, y hasta imbéciles, hay que atribuirlo indudablemente a que, seducidos por honorarios elevados, han ejercido todos la literatura como un oficio, escribiendo por dinero. Este oficio impulsa a una fatiga contra la naturaleza; todo el que unce su pegaso al yugo y azuza a su musa con el látigo, tendrá que expiarlo de la misma manera que el que ha rendido a Venus un culto forzado. Sospecho que el mismo Kant, a una edad avanzada, cuando ya era célebre, se entregó a un trabajo excesivo y provocó con eso la segunda infancia en que vivió sus cuatro últimos años.
¡Deberíamos haberlo imaginado antes! Los fieras hemos sido muy injustos con el multipremiado, que no es más que un enfermo, fatigado por su laboriosa escritura de grandes tochos de papel impreso y acosado por la manía de escribir a todo trance, espoleado por los honorarios elevados que decía el polaco-alemán Schopenhauer. Y, como no usa un procesador de texto, su tarea se multiplica y lo supera a diario, por no hablar de las enormes dificultades que experimenta al subir escaleras, al hacer pipí, al sentarse o al trepar en la escalerilla de tres peldaños de su biblioteca, en la que permanece muchas horas en extrañas poses, esperando a los fotógrafos de prensa. Pensemos en la ardua tarea que debe suponerle pergeñar sus homilías dominicales o responder a los entrevistadores a sueldo de su editor, que acuden cada vez que, día sí y día también, nuestra gloria nacional recibe un premio nuevo en Tahití o Bora-Bora.
Pero Schopenhauer destaca sobre todo los estragos que causa el vicio arraigado de escribir por dinero en sujetos que rebasan los sesenta años. Y Marías nació en 1951, según el Catastro madrileño. Colegas ilustres de Marías como Raymond Carver o Bolaño ya hace tiempo que se pudren. Su deceso no es nada previsible, pero sí se aprecia ya la decadencia cerebral vaticinada por el filósofo de Danzig. Su torpeza al narrar es reconocida por él mismo en algunas entrevistas radiofónicas. Escribir unos simples palotes debe de ser para él dificilísimo, y más en esas posturas extrañas que suele adoptar en su mesa de trabajo. Aunque antes fue un espíritu noble y un gran sabio, ahora su mirada es torva y acusa una tarea sobrehumana. Sin duda alguna, se nos revela como el escritor obtuso e impotente que describe Schopenhauer. Se fatiga contra la naturaleza al querer escribir novelas cuando unas simples cuartillas para el periódico se le atragantan tanto y recurre a asuntos tan extemporáneos para llenarlas.
Su trastorno social es meridiano. ¿Cómo explicar si no los berrinches de Marías cada fin de semana cuando observa desde su ventana un viejo en pantalón corto, una procesión de Semana Santa, un belén o un puesto de castañas, entre las muchas cosas que provocan sus diarios accesos de ira? ¿Por qué se disgusta tanto con las pobres feministas, que sólo quieren trastocar la concordancia gramatical que él no estudió ni en la escuela primaria?
Se observa en nuestro enfermo la consiguiente irritación contra todo que es característica de esta patología de envejecimiento acelerado, acompañada de nihilismo, accesos de mal humor, sociopatía, agorafobia, egolatría, delirios de grandeza, periodistofilia, premiofilia, viejofobia, gentefobia, papafobia, feministofobia, pepefobia… ¡Harta razón tenía el viejo filósofo al imaginar a Marías uncido su pegaso al yugo, azuzando a la musa con el látigo, sin percatarse de que revienta al pobre jamelgo anémico y prostituye a la musa! Triste es recordar que algo parecido le sucedió a Gala con Troylo, el desgraciado perrillo faldero que murió de agotamiento supino porque tenía que escribir las novelas de su amo, además de sufrir sus embates nocturnos. Y Marías no odia a los animales, que sepamos, o no todavía. Pero no nos desviemos del tema.
Pese a la solidez de esta última tesis, algunos estudiosos del trastorno han reclamado que no comprenden cómo el sujeto del estudio puede proclamarse a la vez novelista de éxito y enemigo acérrimo de la novela. Su novelofobia –declaran- es incompatible con su desempeño público como lecto-escritor, y sólo puede haber sido inducida por un conflicto interior, albergado en su psique, entre sus carencias psicomotrices y su conocida afasia: los dos YO de Marías se enfrentan, porque su lóbulo derecho ansía el reconocimiento de sus semejantes –estimulado externamente por sus editores, como es sabido-, pero el otro hemisferio se manifiesta incapaz de tomar la estilográfica modelo 1923 de su abuelo y rasgar con ella el papel trazando caracteres reconocibles por el cerebro humano. ¡Gran tragedia la de este campeón de la autosuperación! ¡Extraordinario modelo para la juventud española en las escuelas e institutos de España, donde casi no se enseñan ya ni lengua ni literatura!
Nuestro escritor está lleno de suficiencia y egolatría, ¡aceptémoslas de buena gana como el precio de su enfermedad! Cree que es genial, aunque reconoce que no sabe escribir o que le cuesta un gran trabajo armar una novela (y el lector menos avezado bien se percata de ello). Compremos la novela, aunque no vayamos a leerla. Comprendamos que ya ha superado la edad fértil del escritor hispánico, especialmente si tenemos en cuenta que el homo insipiens ibericus está aquejado congénitamente de una genética defectuosa, de mala dentadura, frágil osamenta, barriguita budista, corta estatura, alopecia, alitosis, sabañones y otros síntomas inequívocos de decadencia racial. Los rasgos faciales de J. M. son más bien los del habitante de la Mongolia Interior, su vestimenta quiere ser oxoniense, su actitud es snob y se autoproclama rey de Redonda, pero no importa, pues está adornado con los ilustres y españolísimos apellidos de Marías y Franco, con lo que nada hay que objetar a su extracción castiza. Como español de pro, tiene derecho a la ignorancia y la pedantería a partes iguales, a la mala baba y a la envidia nacionales, a los rencores históricos y al característico complejo de inferioridad nativo del que tanto hablaba Luis Martín Santos en Tiempo de silencio. Además, según es habitual en las últimas generaciones de españoles, por el mero hecho de ser oriundo de Sansueña, cree que se merece algún premio de literatura y hasta el Nóbel. Y ahora que ya está diagnosticado su mal incurable y pernicioso, soportemos con dignidad sus arrebatos, sus novelas y el ritual de sus premios semanales. Perdonémoslo porque, como decía Séneca, Omnis stultitia laborat fastidio sui.
Quercus Sempervivens