Es curioso analizar los derroteros que toman nuestras vidas en poco tiempo. Quería inaugurar esta nueva página personal haciendo recuento y reflexión de lo pasado y lo presente en los últimos tiempos. Verán, justo hace un año comenzaba una etapa que pondría punto y aparte a siete maravillosos meses de un enriquecedor viaje por tierras lejanas. Viaje que, como los verdaderos periplos, no sólo me hizo cambiar mi perspectiva del mundo, sino que me llevó a conocerme a mí mismo y a encontrar cierta empatía y paridad con eso que parece dar tanto miedo a las personas que han hecho de la rutina su único timón. Me refiero a lo desconocido, a la compresión del mundo con otro corazón y otros ojos, me refiero a la otredad que se manifiesta en culturas tan dispares al mal llamado primer mundo como las que viven, sienten y sobreviven en el oriente mediterráneo.
Ciertamente, con la bandera de la investigación y posiblemente poniendo como excusa la que es mi profesión, la arqueología (una especie de periodismo del pasado en el que podía sentirme como reportero de guerra en batallas de otros tiempos diferentes al presente), me embarqué en una aventura que me llevó a poner mi puerto de atraque en las orillas nilóticas de El Cairo, donde al final acabó picándome la mítica serpiente cuyo veneno te engancha a la ciudad sin que nunca puedas dejar de sentir nostalgia ante su lejanía.
Al final de ese viaje, a lo largo del cual comprendí que lo humano florece más allá donde menos hay y que la historia avanza a ritmos muy distintos dependiendo de en qué creas o en dónde te encuentres, se abrió ante mí un periodo de incertidumbre y de búsqueda de nuevos rumbos. En Occidente me esperaba la crisis, la realidad diaria de un soñador en paro y mi visión, aculturada por lo vivido, de una sociedad “primer mundista” deshumanizada.
El tiempo pasó, volví a Oriente para decir un Ashufak, un hasta luego de aquel otro que ahora no era sino yo, y regresé a mis lunes al sol en las colas del INEM más castizo, y a mis viernes de shisha en Lavapiés. Así, poco a poco pasaron las semanas y los meses -siempre de manera proporcional a como se descoloraba mi cuenta naranja por falta de alegrías monetarias- hasta que un buen día comenzaron a soplar, poquito a poquito, los vientos que volverían a poner mi nave en movimiento.
Y así es como llegué a Cartagena, ciudad milenaria a la que nunca había ido y a la que, siendo sincero, jamás había prestado mucha atención. Aquí, ciudad de fundación oriental como aquellas en las que vivía un año atrás y siempre con la arqueología por bandera, he comenzado a trabajar como reportero de la antigüedad, esta vez de aquella que está bajo los mares. También, por qué no, he comenzado a lidiar con ese mundo frustrante y farragoso que es el intentar hacer cosas dentro de una admi
Lo curioso es que este derrotero, de nuevo inesperado, me está igualmente aportando sorpresas a cada paso que doy, o a cada metro que me sumerjo. Desde las personas que voy conociendo hasta los increíbles atardeceres sobre el Mar Menor o las mágicas noches de doble luna, todo parece conjurar para hacer del viaje toda una experiencia.
En fin, me detengo aquí que ésta pretendía ser no más que una entrada de bienvenida. Seguiré contando y narrando, prometido está. Desde opiniones y sensaciones hasta frutraciones, lo que veo en la calle o la última receta probada. Por favor, no se corten en comentar lo que crean oportuno y compartir experiencias. Este viaje a Ítaca lo hacemos juntos. Un saludo a todos.