En un terrible juego de palabras, Jardiel Poncela escribía en una de sus novelas:
-¿El asunto tiene tesis?
-No, pero el protagonista tiene tisis.
Y yo ni tengo tesis ni tengo tisis. Pero la quiero. La tesis digo, no la tisis.
Siempre la he querido. ¿Por qué? se preguntarán ustedes. Bueno, quizás por saber que tras mi paso por la Universidad conseguí aportar un granito de arena más a la ciencia. O tal vez sea sólo por amor propio, quién sabe.
En cualquier caso, el mundo de la tesis es complejo. Para empezar, es necesario estudiar mucho y no sólo saber lo que dicen los libros, sino mantenerse actualizado y a la última, porque no hay nada peor que comenzar un tema desfasado. En teoría, la tesis debe ser algo nuevo.
-Tienes que acabar la tesis durante la residencia -me han dicho más de dos y tres veces.
-Pero en los primeros cuatro años de una disciplina es difícil localizar cuáles son los temas que se deben desarrollar -me defiendo.
-Sí, pero la tesis es algo muy conveniente. Tanto para tu currículum profesional como para el docente.
Internamente creo que tener la tesis antes de los treinta años es precoz. Pero aunque opino que la tesis de un especialista joven supone menos amplitud de miras que la tesis de alguien con más experiencia, una vez me dijeron algo que me convenció para seguir adelante:
-Haces la tesis para ser doctor. Eres doctor para seguir investigando. En ese sentido, tu tesis debe ser tu primera investigación y, por tanto, la peor de todas.
Así pues, yo comencé mi tesis durante el primer año de residencia. El tema era interesante: estudio de las reclamaciones interpuestas a servicios de Otorrinolaringología. No había mucho sobre el tema, así que me formé, conseguí la escasa bibliografía disponible y escribí mi tesina, que es algo así como un estudio previo a la tesis. Y en ella, tras varios estudios descriptivos y alguna que otra inferencia, acabé concluyendo que las reclamaciones están influidas por un número tan alto de condicionantes externos, que su análisis diacrónico carece de interés y, por otro lado, que la variedad de motivos objeto de reclamación es tan variada, que las muestras de cada servicio no tienen un tamaño muestral suficiente para permitir comparaciones sincrónicas.
En otras palabras, que era mejor no seguir investigando en el tema. Fui humilde y me quedé con una tesina, pero sin tema de tesis. ¿Cómo iba a seguir trabajando en una materia cuyo estudio preliminar me advertía de su dudosa utilidad?
Entonces llegó todo el boom del dospuntocerismo en sanidad y, con él, los intereses comerciales asociados. Se desarrollaba de un día para otro una amplia oferta de formas y usos sanitarios que se aplicarían sin estudios previos de seguridad a la práctica habitual. Un campo emergente lleno de posibilidades de estudio y en el que me apliqué para conocer qué se estaba haciendo en Otorrinolaringología y Teleasistencia.
Leí más de doscientos artículos: algunos ingeniosos, otros temerarios, e incluso redacté una propuesta para estudiar la seguridad de métodos de Telemedicina con pacientes quirúrgicos. Pero pronto comprendí que Internet se trata de un terreno con una evolución tan trepidante que mi segundo posible tema de tesis quedaría desfasado en meses. Sobre todo porque el perfil del usuario de nuevas tecnologías en este momento no tendrá nada que ver con el usuario de dentro de unos años. Ni siquiera con el usuario de dentro de unos meses.
Por tanto, ahí estuve, húerfano de tesis por segunda vez. Hasta que hace tres semanas me enfrenté a una tercera posibilidad, que es la que estoy estudiando en este momento y que quizás llegue a buen puerto. Os mantendré informados.
Foto: Con los pies sobre una losa de cristal, que separa de una caída de muchos metros. Tal y como me siento con mi nuevo tema.