De los noventa hasta ahora las elites políticas no han hecho otra cosa que consentir y ahondar en una economía política neocon repleta de incoherencias hasta para el más ignorante; disfrazada y vendida a pesar de todo como una aséptica y necesaria gestión sin ideología. Durante dos décadas hemos asistido --impávidos, estupefactos-- a estrepitosos y anunciados fracasos de gestión de lo privado, fraudes monumentales cuyos responsables quedan impunes, desastres humanos y ecológicos causados por una política suicida de desinversión pública y bajada de impuestos. En estos momentos, el mundo capitalista se encuentra en una encrucijada letal: 1) no es posible seguir gobernando y administrando a base de préstamos; 2) no es posible retrasar ni alargar los plazos de devolución (los compromisos actuales ascienden a cantidades astronómicas y los compromisos se extienden más allá de dos generaciones) y 3) el usuario/consumidor ya no tiene un duro ni para aportar a la caja común ni tampoco para consumir. Nos han dejado lo que se dice pelados, con lo puesto.
Lo más curioso es que, ante semejante panorama, nadie se plantee, no ya un cambio de modelo, sino una profunda modificación legislativa que ponga las bases de un mejor sistema de financiación y gestión de lo público, mejor control sobre las decisiones de los cargos electos y una normativa de ponga límites a un mercado libre, es cierto, pero completamente fuera de control. Al contrario, responsables y cómplices se apresuran a parchear las cosas desde la más pura ortodoxia de un sistema podrido, al límite de su capacidad. Y ahí, justo en medio, está mi generación, condenada a digerir durante una década (como mínimo) la cadena de errores egoístas que nos ha llevado a este abismo. Creíamos haber superado el miedo endémico al paro que nos atenazó durante la juventud; hemos vivido unos años en medio de un espejismo de abundancia decreciente aunque estable, y ahora, de pronto, nos estalla este globo de mierda. Ya no nos libraremos de él. Mi generación quedará marcada por este extraño eterno retorno de la fatalidad.
No es sólo que auténtico inútiles --electos o designados-- amenacen con enquistarse en el poder otorgado, sino que las consecuencias de sus nefastas decisiones va a jodernos la vida durante muchos más años de los que ellos estén al mando. Y cuando hayan acabado su trabajo y regresadoa sus casas, la inmensa mayoría tendremos que digerir las secuelas cotidianas de sus leyes y decretos. Los gobiernos caen y otros les suceden, el poder nunca puede quedar vacante, pero las generaciones son únicas, no tienen recambio; les toca vivir su tiempo irrepetible. A la mía y a unas cuantas más ya les han dejado sin futuro.
Estos últimos cinco años de desastres encadenados han alcanzado la línea de flotación de mi generación, la de los nacidos en los sesenta del siglo XX, y es probable que marque definitivamente el resto de nuestro ciclo vital. Nosotros, los hijos de la abundancia sesentera, la última infancia feliz por analógica (puede que la más feliz de todo el siglo XX) ha quedado marcada por la perspectiva de un empobrecimiento inducido. Que los libros de historia señalen a los culpables --Reagan, Thatcher, Bush, Aznar, Berlusconi, Merkel, Rajoy-- no es suficiente ni sirve de consuelo. Nos han dejado sin esperanza.
La sociedad civil que esta patulea de políticos nos ha legado está diseñada para garantizar que las empresas nunca pierdan; el resto debe ser sacrificable a este objetivo. En el mejor de los casos, durante los ciclos de abundancia, consentirán en extender el bienestar a otros ámbitos no directamente vinculados con sus intereses; pero sin perder de vista que cualquier retroceso en la coyuntura económica, cualquier descenso en los beneficios, implicará regresar de inmediato a la casilla de salida: o la rentabilidad de las corporaciones o nada.
No soy un ingenuo: no espero que aparezca de pronto un lider revolucionario, ni un reformista-idealista que apueste por la igualdad de oportunidades y las políticas públicas. A estas alturas de nuestro ciclo vital no nos harán cambiar de opinión con nuevas utopías alternativistas. Hace falta otro modelo, otras prioridades, otro bienestar... Cosas hoy inexistentes que, si salen bien, en todo caso, serán para los que vengan detrás, no para mi generación.