Un bélico curioso: La batalla del Mar del Japón

Publicado el 12 septiembre 2011 por 39escalones

Dentro del género bélico, que no es especial santo de nuestra devoción a excepción del puñado de clásicos que van más allá de la propaganda política e ideológica y de las apologías de muerte y destrucción, La batalla del Mar del Japón, dirigida por Seiji Maruyama en 1969, constituye una rareza digna de ser vista, al menos por su carácter extraordinario y por su curioso estilo entre cine historicista, drama de espionaje, hagiografía militar y unas secuencias de acción más próximas a Godzilla de lo que hubieran deseado sus promotores. Asimismo, resulta interesante, en un género copado prácticamente por la Segunda Guerra Mundial y la guerra de Vietnam, el objeto de su aproximación, la guerra ruso-japonesa de 1904-1905, un conflicto decisivo para el devenir internacional del siglo XX cuyas consecuencias, en una doble vertiente, facilitaron por un lado la crisis integral del régimen zarista en Rusia y el advenimiento de la revolución comunista, así como la escalada militarista del país asiático hasta su colapso tras Hiroshima y Nagasaki en 1945. Con el fenómeno del imperialismo y el colonialismo de la segunda mitad del siglo XIX con Europa lanzada a la conquista del mundo, Rusia, tras alcanzar el Pacífico, pretendió extender su área de influencia hasta Corea y la costa de China, produciéndose un choque con las renovadas ansias imperiales japonesas, que tras varios siglos de aislamiento interior y guerras civiles, volvían a la carrera conquistadora con un ejército modernizado al estilo de cualquier potencia europea apenas cincuenta años después de que el Comodoro estadounidense Matthew Perry forzara los puertos japoneses y obligara al país, por entonces todavía enclaustrado en la era feudal de los shogunes y samurais y viviendo prácticamente en una economía de subsistencia, a abrirse al exterior.

Cinco décadas después, Japón se convirtió en el primer país asiático en derrotar militarmente a una potencia colonial europea en una guerra abierta. A este conflicto se dedican los 128 minutos de la película, que, lejos de detenerse únicamente en la famosa batalla del Estrecho de Tsushima, engloba el conjunto de la guerra, manipulando de manera un tanto propagandística aquellos episodios que pudieran provocar la vergüenza japonesa (por ejemplo, el ataque a Port Arthur sin declaración de guerra previa, exactamente en la misma línea de lo sucedido con Pearl Harbor en 1941) pero, en general, conservando un respeto y un sentimiento de honorabilidad por el adversario que ya quisieran la gran mayoría de las producciones bélicas o historicistas anglosajonas. La película, por tanto, repasa por capítulos las distintas fases de la guerra, reservando para el clímax final la batalla naval decisiva entre la flota japonesa, que había vencido a la rusa con base en Port Arthur y Vladivostok, y la flota del Báltico, que cruzó medio mundo (incluso parte de ella circunnavegó África ante la negativa de los británicos, aliados de Japón y dominadores de Suez, de permitirles utilizar el Canal), y si por una parte recoge con tratamiento casi divulgativo los distintos aspectos castrenses y bélicos del asunto, la narración de los acontecimientos violentos está salpicada de insertos en los que se explican las maniobras diplomáticas y de inteligencia de los agentes japoneses en Europa por hacerse con los servicios de los espías bolcheviques y de los enemigos del zar que en aquellas fechas ya conspiraban en su exilio suizo, alemán o sueco. Igualmente, la película dedica particular atención, especialmente al final, a glorificar la figura del Almirante Togo, interpretado por el tantas veces protagonista de míticos filmes de Akira Kurosawa, Toshiro Mifune, y lo resalta casi más como caballero y honroso vencedor, que despierta la admiración de los derrotados, que como heroico estratega valedor de una victoria a vida o muerte.

La película, que sufre de cierta lentitud en sus primeros minutos, adquiere ritmo, velocidad e interés a medida que se van sucediendo los distintos encuentros militares y se observan sus repercusiones entre los combatientes y, en algunos momentos, la población civil. Sin escatimar en despliegue técnico y humano, a pesar de la escasa financiación del filme, y sin ahorrar sangre y escenas de crudeza (como cuando, dato históricamente exacto, las tropas japonesas han de enfrentarse por vez primera a un artilugio desconocido hasta entonces para ellos, la ametralladora, una auténtica escabechina), la película avanza en múltiples frentes hasta coincidir en la batalla final. La espectacularidad de ésta, en cambio, así como de las escenas navales en general, adolece especialmente de la falta de medios, con el recurso a las maquetas (minuciosamente elaboradas, eso sí, aunque filmadas de manera algo chapucera), a los tanques de agua y a la pirotecnia barata como forma de reflejar la crudeza de los combates.

El hecho de que la película se consagre a relatar de una manera casi documental un episodio histórico (con sus tintes de propaganda nacionalista y sus convenientes licencias dramáticas), merma el desarrollo de los personajes, casi todos meros arquetipos de determinados clichés políticos y militares, además de la estampa laudatoria al emperador, y solamente el epílogo, elaborado a conciencia para honrar a los vencidos y elevar a un pedestal a los victoriosos japoneses, particularmente a Togo, permite vislumbrar algún intento de caracterización y matización en el guión.

La batalla del Mar del Japón supone por tanto un curioso título bélico que, como el momento histórico en el que se inspira, supone la reversión de cierta visión de los acontecimientos: si entonces un país asiático derrotó a una potencia europea, en la película de 1969 son los actores blancos quienes tienen el residual papel de encarnar al enemigo, en contra de lo que solemos observar en nuestras pantallas. A su minuciosa puesta en escena, por ejemplo en la construcción de decorados interiores, incluidos los de los buques de guerra, se une cierto atolondramiento en las escenas de combate, incluso cierta cutrez propia de las contemporáneas películas japonesas de monstruos marinos o de invasiones de alienígenas de felpa o de actores en pijama con careta, a la vez que se intenta exponer con carácter didáctico las distintas vertientes de la guerra y con algunos breves, poco intensos y fallidos momentos dramáticos con que aderezar de carácter “humano” la frialdad de la crónica histórica.